CUANDO NOSOTROS LOS MUERTOS DESPERTAMOS

La experiencia desde una butaca

Por Rocío Vélez

Minutos después de que la voz del más allá teatral le recuerde al público que debe apagar los celulares, ponerse bien los barbijos y mantener silencio durante la obra, en la imponente sala María Guerrero, del Teatro Nacional Cervantes, apenas se oye el canto del mar. Por sobre el murmullo de la gente que no puede parar de hablar, hasta que alguno con un fuerte shhh logra imponer lo más preciado, se escucha:

RUBEK: ¿Lo puedes oír?

MAIA: ¿Oír qué?

RUBEK: El silencio.

In media res, como si fuéramos parte de los bañistas que están en el hotel, recostados sobre la arena o una reposera, presenciamos el diálogo de la pareja, que con el transcurrir de la escena va aumentando tanto su hostilidad como su complejidad. Escenas melancólicas, colores que enfrían el espacio y los cuerpos; y ropas blancas que les otorgan a los protagonistas un velo fantasmal. 

Recorremos Noruega de la mano de Jorge Ferrari, quien a través de la rotación del escenario nos permite espiar a los personajes cuando están en el balneario, el bosque y la montaña. 

Fotografías: Mauricio Cáceres

El texto que pone en escena Rubén Szuchmacher para abrir la temporada teatral en el TNC es el último que escribió Henrik Ibsen, en 1899. Esta obra tiene, junto con La dama del mar (1888), Hedda Gabler (1890) y El maestro constructor (1892) una fuerte impronta simbólica, que nos permite seguir pensando y discutiendo la obra incluso días después de haberla visto. Sin embargo, no deja de lado las suspicaces críticas a la sociedad burguesa que aparecen en obras como Casa de muñecas (1879), por ejemplo. A través de Arnold Rubek, el autor construye imágenes poéticas que discuten acerca de las contradicciones del artista frente a la vida, y también de profundas preocupaciones humanas, como lo es el sentido de la existencia.

Rubek se enfrenta a la vejez con la idea de que a causa de brindarle su juventud al arte no ha vivido. Luego de entregarse a la realización de la escultura “El día de la resurrección” durante años, volverse rico y reconocido gracias a ella, el escultor no logra volver a crear arte verdadero, sólo obras a pedido para los burgueses. Sin embargo, cuando describe las obras que realizó, incluyendo El día de la resurrección, la recreación no es la de una simple obra. Rubek mezcló en los rostros humanos rasgos animales, no es inocente la satirización en el mármol. No es inocente lo oculto en el arte.

En el hotel donde se encuentra la pareja, también resulta estar alojada Irene. La modelo que sirvió de musa para la obra maestra de Arnold. Si bien se dota de un aura misteriosa a la figura de la modelo, quedarse con eso sería no ahondar en la profundidad poética del texto. Irene asevera haber estado muerta por largo tiempo. La obra recurre a idea de la muerte como el no-vivir lo deseado, cuestionando la idea del artista como un ser sublime aislado de toda pasión mundana, incluyendo en ellas al amor carnal.

Es una obra que no para de dispararnos preguntas, nos cuestiona como seres humanos continuamente: ¿Cuándo nosotros los muertos despertamos? ¿Cuando nos enfrentamos con obras que cuestionan nuestros lugares comunes? ¿Cuando nos damos cuenta de lo efímero de la vida? ¿Siempre llegamos tarde?


Actúan: Claudia Cantero, Andrea Jaet, José Mehrez, Verónica Pelaccini, Horacio Peña, Alejandro Vizzotti – Escenografía y vestuario: Jorge Ferrari – Iluminación: Gonzalo Córdova – Diseño sonoro: Bárbara Togander – Dramaturgia: Henrik Ibsen – Adaptación: Lautaro Vilo y Rubén Szuchmacher – Dirección: Rubén Szuchmacher

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