GLOSA
REFLEXIONES SOBRE LO POLÍTICO EN JUAN JOSÉ SAER
Escribe Lucio Vellucci
Ahí está el lector, dispuesto a
iniciar la novela. Hay una realidad que quiere ser contada: una fiesta de
cumpleaños. Empieza la lectura. Las primeras páginas no son, lo que uno diría, “atrapantes”.
Pero si cuesta la lectura desde las primeras páginas, el lector -es probable-
va a cansarse y, quizá, lo deje a un costado. Tiene que hacer esfuerzo porque
tampoco es una novela, como suele decirse, llevadera. La lectura es lenta y… el
lector no se había dado cuenta, pero esa tensión le empieza a causar un placer
enorme. Vemos que el lector se detiene, y piensa: ¿qué es esto?
Glosa es la
historia de un encuentro entre dos amigos, en la calle, que conversan mientras
caminan, durante tres veces siete cuadras. Es decir, si a ese lector, una vez
que cierre la novela, luego de haberla, lo que se dice, terminado, le
preguntaran “de qué trata”, diría, más o menos, eso. El Matemático le cuenta a
Leto la fiesta de cumpleaños de Washington, a la cual ninguno de los dos
asistió. El cumpleaños de Washington fue real (real con minúsculas, que no se
entusiasmen los lacanianos que no tiene nada que ver con… ¿no?). Sin embargo,
la versión que tiene el lector de él es la versión de Botón (que sí asistió al
cumpleaños), que le cuenta a Washington. O sea, la situación es la siguiente: el
lector está ahí, sentado, con el dedo en la boca; brinda una imagen de
embobamiento a quien lo observa de afuera, pero en rigor de ¿verdad? está
meditando.
La versión que tiene el lector del
cumpleaños de Washington es la versión del narrador que cuenta lo que el
Matemático le cuenta a Leto, según lo que Botón le ha contado. ¿Es posible que
la realidad, piensa, pase intacta de mano en mano? ¿Es posible que experimente
la realidad del cumpleaños de Washington a través de una cadena discursiva? ¿Es
fiel el lenguaje a la realidad?
Aparece Tomatis, se los
encuentra y los acompaña un par de cuadras. Él ha ido al cumpleaños de
Washington. Su versión es bastante distinta de la de Botón. La realidad,
entonces, se resquebraja. Se desmorona la ilusión de acceder al hecho a través
de la palabra. Pero, si la realidad no es más que una construcción
significante, subjetiva en última instancia, entonces, no hay realidad sin
lenguaje. No existe el cumpleaños de Washington en sí, sino las múltiples versiones
que de él se pueden obtener. Es decir, las interpretaciones. A través de la
prosa saeriana, los hechos siempre son probables, y se establece una relación
del sujeto con la realidad de tipo conjetural, aproximativa, nunca del todo
transparente.
La realidad banal de todos los
días puede ser comentada hasta el hartazgo y, a su vez, los comentarios pueden
ser comentados, y así se puede seguir… ¿hasta cuándo? ¿Cuánto más podríamos
aclarar las cosas? ¿Hay un límite o es interminable la cadena de posibilidades
de des-glosar la realidad? El
lenguaje se hace elástico. La fuerza poética expande y trabaja con las
dimensiones del espacio y el tiempo. La realidad es lenguaje, y la política de Saer está en la prosa que crea
realidad. Siempre hay lugar y tiempo para una nueva aclaración, para una
bifurcación más: la cadena es infinita, podría no terminar nunca. Es la
política de ir descubriendo capas de realidad, una tras otra: siempre es
posible encontrar una nueva zona de espesura debajo de su enmascaramiento. Y
debajo, nunca un rostro verdadero, sino una nueva máscara.
Saer nos hace bucear en capas
subyacentes de realidad, porque lo que perfora con el estilo inagotable de
descripciones, es el escudo de esa realidad en apariencia opaca, con
pretensiones de hermetismo. Hay un fondo imposible, y la estética del
escarbamiento nos hace partícipes del descubrimiento. Se trata de la sutileza
de una prosa que quita con paciencia el velo ilusorio de una Verdad.
El Poder se define, precisamente,
por la creencia en la Verdad, en que la Realidad existe y es una sola: la que
se dice, la que está ahí, empírica. En
todo caso, el gesto del Poder es forzar la creencia en que existió, realmente,
un cumpleaños de Washington. Gobernar es hacer validar cierto consenso sobre su
cumpleaños. Gobernar dictatorialmente, es imponer una única versión sobre el
mismo, eliminando las otras
versiones. Hay dictadura porque hay un sujeto que impone y fuerza a los
súbditos a creer en esa realidad. La ilusión del Poder (su fuerza y su
fragilidad) está en el hecho de creer que esa realidad es verdadera. La
dominación funciona cuando esa imagen de la realidad es la única posible, eliminando
permanentemente otras opciones, otros puntos de vista, cuando existe un
consenso generalizado en que la máscara que imprime es la máscara válida como
cara para todos. El lenguaje del Poder, de esa manera, cierra; con él busca expresar,
transparentar, la realidad.
El discurso del poder no quiere
ser desenmascarado. Sin embargo, la estética de Saer rompe el muro compacto del
lenguaje homogéneo. El lector levanta la vista de las páginas y, alrededor, la
realidad está hecha escombros. La realidad es porosa y es incapturable con el lenguaje. Más, todavía, si la
realidad es lenguaje, no hay un por fuera de.
El gesto del poder es de
clausura, su inercia está motivada por la intención de hacer coincidir realidad
y verdad a través del lenguaje. Sin embargo, Saer escribe y, en el uso sutil de
la palabra, nos recuerda que el lenguaje no es un medio, sino que es la realidad y, por lo tanto, no hay
verdad última posible. La prosa saeriana es de apertura, es de dedo en la
llaga. La política en Saer está en ese develar capas, en ese desmontar
máscaras.
Una novela de Saer no tiene principio ni fin. Estos son simples convenciones. Casi una gentileza de su parte. Glosa es un ejemplo bellísimo e inteligente de recordarnos que todo esto no es más que una fiesta de disfraces. La máscara es provisoria, y no somos más que comentarios de un texto que no existe. Lo político está en la perpetua interpelación del monólogo del poder. La resistencia es no renunciar al comentario que somos, que no se nos haga carne la voz uniforme de los verdugos, que no naturalicemos su texto. No hay nada por fuera de la glosa, y esa es nuestra rebeldía.
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