EL SILENCIO DE DIOS
Por Lucio Vellucci
Análisis de la obra Los comulgantes, de Ingmar Bergman, desde el existencialismo sartreano.
Los comulgantes
o Luz de invierno es una película
sueca de 1963 dirigida por Ingmar Bergman. Thomas (Gunnar Björnstrand), un pastor protestante
celebra los oficios religiosos con la iglesia casi vacía mientras atraviesa una
profunda crisis existencial, lo acosa una angustia que puede observarse a lo
largo de la película. Pero, ¿cómo es posible “observar” su angustia?
A través de un primer plano de su rostro en distintos momentos de la película, podemos comprender su mirada. Frente a esa mirada está el vacío, su propia nada. Como si esa mirada se dirigiera hacia adentro y contemplara esa distancia creciente entre Thomas consigo mismo. La certeza de la duda, la conciencia de que esa duda es suya, que lo constituye una negatividad, y que es su propia falta.
A través de un primer plano de su rostro en distintos momentos de la película, podemos comprender su mirada. Frente a esa mirada está el vacío, su propia nada. Como si esa mirada se dirigiera hacia adentro y contemplara esa distancia creciente entre Thomas consigo mismo. La certeza de la duda, la conciencia de que esa duda es suya, que lo constituye una negatividad, y que es su propia falta.
Siguiendo a Jean Paul Sartre, podemos decir que la realidad humana está constituida por un vacío en el ser, ya que no es en-sí, nunca es lo que es, puesto que la conciencia es para-sí, y por lo tanto, hay una fisura, un desprendimiento del ser marcado por una distancia respecto de sí mismo. El planteo sartreano va a sostener que la existencia precede a la esencia, en el sentido de que no hay un sentido preexistente al humano. Arrojado en el mundo, es proyectado sin determinaciones esenciales a la zaga de un posible, condicionado nada más que por la facticidad de su ser-en-el-mundo.
La mirada captada por la cámara de Bergman es la manera que tenemos de comprender que esa angustia que lo perturba e inquieta a Thomas es la imposibilidad de ser en-sí, de no alcanzar a corresponder a su proyecto como buen pastor. Y si duda de la existencia de Dios, se derrumba el edificio construido para sí y para los otros. Lo que angustia a Thomas es la falta de sentido. En el fondo, todavía puede dudar. O mejor, no puede dejar de dudar y entonces esa duda es la inconsistencia de su creencia. Thomas es pastor, en el modo de no serlo. Representa su propio proyecto frente a la posibilidad cotidiana de dejar de serlo. Siempre está el futuro en donde aún no es, donde radica la incertidumbre de la concreción definitiva de su proyecto. Un día puede levantarse y abortar su proyecto en tanto Pastor, elegirse otro. Es pastor en la acción concreta de dar misa, de dar la comunión, de llevar la sotana, de pronunciar su sermón, de sostener su propio personaje frente a la confesión de los demás. Por eso, a pesar de que no haya fieles, de que la iglesia esté vacía, de que nadie haya concurrido a misa en la última escena de la película, Thomas igualmente decide, dar misa.
¿Para quién da misa? ¿Para que otro representa su ficción? No hay nadie más que el pianista y su colaborador. No hay comulgantes. Da misa para sí mismo. Hace su posible. Da misa para justificarse como pastor. Da misa en la iglesia vacía para sí mismo. De algún modo, podríamos sugerir que lo que angustia a Thomas es no ser pastor en esencia. Reniega de ese Dios que se ha inventado para darse un sentido, garantía externa de un ser que se corresponde consigo mismo. Si ese Dios no existe no puede clausurarse su proyecto y se presentan múltiples posibles.
Para Sartre, la angustia frente a la propia nada es la evidencia de la libertad de la realidad humana. Entonces debemos preguntarnos cómo se juega la libertad en Thomas. Pero nadie está solo en el mundo. Thomas es proyecto en el mundo con otros. Convive con otros proyectos de otros que le salen al encuentro.
Luego de la misa, la señora Persson (Gunnel Lindblom) solicita una visita a Thomas. Concurre al encuentro con su marido, Jonas Persson (Max von Sydow), quien “está desorientado y triste”. El pastor ofrece su ayuda y le dice que “todos sentimos ese miedo. Pero hay que confiar en Dios”. Jonas le clava la mirada y el silencio gobierna la escena. Thomas se siente atravesado por la mirada del otro. Su cara se transforma; de algún modo, podríamos decir que la mirada aterrada de Jonas lo desnuda, le revela su propia nada. Se resquebraja el sentido de sus palabras y ese sujeto que responde con firmeza, al que los fieles acuden en busca de ayuda, se sabe carente, débil, y la angustia echa por tierra el sentido que se da a sí mismo. No tiene las respuestas que esperan aquellos que depositan una especie de verdad en él. No es para sí el pastor al que los fieles concurren. Ese ser completo, rígido, coincidente con lo que es, que ven los fieles, no lo es para Jonas que le devuelve su propia carencia en la revelación de su propia angustia que evoca la falta en el ser.
Thomas le dice “yo comprendo su angustia, pero hay que vivir”. Jonas responde inmediatamente, desesperado “¿por qué hay que vivir?”. Falta un sentido cuando “Dios se hace distante”, como dice Thomas, y Dios no existe, entonces, todo está permitido ya que no hay esencia. Nada impide que Jonas haga de su desesperación su posible, y de la falta de sentido el motivo de su suicidio. Es libre y no hay Dios ni esencia por la que “haya que vivir”.
Thomas le confiesa, entonces, que no es un buen pastor. “¿Cómo iba a salir un buen pastor de un hombre tan angustiado?”. Podríamos decir que ha bajado del altar y se pone de igual a igual; no representa la ficción de ser pastor, o bien revela su falta al otro. Le dice:
“Si de verdad Dios no existe ¿qué más da? La vida cobra sentido ¡qué alivio! La muerte se vuelve una extinción. Una desintegración. La crueldad de los hombres, su soledad, su miedo… Todo resulta obvio, transparente. El sufrimiento no requiere explicación. No hay Creador. Ni Dios Padre. Ni finalidad”.
Jonas
se retira; el silencio es su angustia, la certeza de su libertad. Thomas queda
solo y la cámara capta en un primer plano su rostro que pregunta a la nada “Dios ¿por qué me has dejado solo?”. La
idea que sostenía su creencia de poseer una esencia se derrumba
definitivamente.
Jonas
elige pegarse un tiro en la cabeza
con su escopeta. La muerte clausura otra posibilidad para sí. Se elige suicida. No hay Jonas que traiga al mundo una
nada que nihilice su ser en el mundo
y lo condene a nuevos posibles.
Por
su parte, Thomas queda en medio del altar, ante la mirada contemplativa de
Marta Lundgberg (Ingrid Thulin), la maestra que le ha declarado su amor en una carta que Thomas
ya ha leído. En medio del silencio, tal vez podríamos decir de la realidad
humana frente a la nada, él dice: “Ahora
soy libre. Libre, por fin”. El pastor impoluto, de rígido semblante, rompe
en llanto de angustia en los brazos de Marta, y declara: “tenía una pequeña esperanza de que no todo fuera producto de mi
imaginación”. ¿Qué era producto de su imaginación? ¿Dios, su amor por
Marta, su libertad? No lo sabemos. Inmediatamente se prepara para dar una nueva
misa. Persigue su proyecto consciente de esa falta de esencia, de esa no coincidencia
con lo que es.
Finalmente,
podemos traer una última escena que nos permite dilucidar el modo en que el
dilema existencial se desarrolla en este personaje.
Thomas
llega a la iglesia para dar una nueva misa. Su colaborador desea hablar con él,
ya que quiere compartir una idea que lo perturba. Le sugiere una idea que
Thomas escucha con atención: las torturas físicas que sufre Cristo en la cruz
no han sido tan graves:
“Su sufrimiento duró bastante poco, unas cuatro horas. Creí entrever un sufrimiento mucho peor que el físico. Cuando vinieron a capturarlo sus discípulos escaparon, y en la cruz hasta Pedro lo negó tres veces. Lo abandonaron todos. Eso sí que debe ser sufrimiento. Pero eso no fue lo peor. Cuando lo crucificaron, y se quedó ahí colgado sufriendo, gritó ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’ pensó que su Padre del cielo lo había abandonado. Creyó que todo lo que había predicado era mentira. Cristo tuvo grandes dudas justo antes de morir. Ese debió ser su mayor sufrimiento. Me refiero al silencio de Dios”
La realidad humana del “Hijo de Dios” nos revela su angustia en los momentos finales de su existencia. Frente a la nada se pregunta por el sentido de su proyecto. Esta escena captura la idea sartriana de que la existencia humana no está constituida por una esencia que la determine. El interrogante adviene por el para sí que es en el mundo. El para sí de la existencia humana colgando en la cruz se enfrenta a su nada ante esa duda que es la posibilidad de que lo que creyó ser, el proyecto perseguido durante toda su vida en el mundo, se pusiera en cuestión. El silencio de Dios es la posibilidad de Su inexistencia; es la falta de respuesta, la falta que lo constituye. El silencio de Dios es la angustia ante la Nada, por la Nada, en que la existencia humana se hace consciente de su propia libertad. Ante el Silencio de Dios, la duda de su existencia, Cristo se ha elegido y es responsable de estar colgado en la cruz, soportando las torturas.
Finalmente, Thomas debe decidir si da misa o no, ya que es la hora de comienzo y no hay comulgantes. Se pone en juego su proyecto. El pianista y su colaborador esperan su decisión, si deben o no representar el ritual ante la iglesia vacía.
Thomas elige dar misa. Decide nuevamente su proyecto, ser pastor una vez más, consciente de que, al cabo de la misma, bajará del altar y la duda lo embargará nuevamente. Pero ahora la película ya termina y Thomas representa a Thomas, a la zaga de sí mismo frente a nadie. Podríamos decir, por último que con todas sus contradicciones y dudas, fiel a su proyecto, Thomas se parece bastante a sí mismo.
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