RÍO DE LAS CONGOJAS
Escribe Rocío Vélez
Conviene que guardemos a
nuestros muertos y su
fuerza, no sea que alguna vez
nuestros enemigos los
desentierren y se los lleven
consigo.
Yannis
Ritsos
Conviene que desenterremos nuestros libros y su
fuerza, no sea que alguna vez
nuestros enemigos los entierren y
les caiga
a paladas
el olvido.
La escritora
jujeña, Libertad Demitrópulos, publica Río de
las congojas en 1981, en una Argentina estrujada por las manos de la última
dictadura cívico-militar, a la que criticará
entre líneas en esta novela de voces entrelazadas, ayeres y despueses,
muertos y por morir.
Demitrópulos
elige que su ficción transcurra en Santa Fe, a orillas del río Paraná. No hay
fechas en el texto; sin embargo, hechos históricos como la Revolución de los
Siete Jefes (una revolución criolla, en 1580, que llevó a la persecución y
tortura de quienes estuvieron implicados o la apoyaron); o la aparición de Juan
de Garay (muerto en 1583), nos van ubicando en el tiempo que se vive en Río
de las congojas. Nunca un tiempo preciso, ya que la autora decide jugar con
lo fragmentado de la memoria y todo lo conocemos mediante voces que traen al
presente recuerdos dispersos de un pasado latente.
La voz de Blas
de Acuña, viejo mestizo a la vera del río negro-rojo-rosado-amarillo, es
la primera que aparece y nos transporta al siglo XVI. Esa época “fundacional”,
de sangre y barro, es conocida mediante libros
de historia que ponen el foco en el conquistador: Juan de Garay. Sin embargo, a
diferencia de la historia oficial, la autora se asegura de que la voz de Garay
no sea la que rija en su obra; busca contar, darle, crearle voz a los
silenciados: negros, mestizos, pobres, mujeres.
Las distintas voces que aparecen van haciendo girar cien años de sucesos en torno a la figura de María Muratore, hembra anacrónica. Garay, el Hombre del Brazo Fuerte, es desplazado. Las memorias-voces-narradores principales son tres: Blas de Acuña, María Muratore e Isabel Descalzo. En ellos caerá el peso y la fuerza de los recuerdos.
Blas, hijo de
español e india guaraní, está enamorado de María desde el momento en que la ve,
pero su amor va más allá de lo carnal, es un amor romántico: él la quiere para
toda la vida. Este amor recuerda al "amor cortés", un amor idealizado y casi platónico, en el que el amante admira y venera a su dama desde la distancia, con un sentimiento profundo y devoto. Él no busca tanto la posesión física de María, sino la unión espiritual y eterna, como los caballeros medievales que servían a sus damas con fidelidad y reverencia. Por amor evoca todo el tiempo a su amada, su muertecita.
Por amor se quedó escuchando las voces del río, la voz de María, las de todos
aquellos cuerpos que se llevó el río, las de todos sus muertos.
Podríamos
hablar de Muratore: asesina, ladrona, sacrílega, bruja, engatusadora de
hombres, como la protagonista, pero es mejor pensarla en clave mitológica.
Es preferible, en esta ocasión, sacarle el protagonismo a un personaje, para
dárselo a esas voces que son las portadoras de una historia, su historia, y la
replican simulando la oralidad enraizada a nuestros orígenes.
María narra y
es narrada, es hombre y mujer; vive, muere y “la reviven”. En la novela, su voz
aparece para unir los fragmentos de una vida contada por otros, por quienes la
amaron, conocieron o cruzaron. Como personaje está en las antípodas de lo que
se esperaba de una mujer en el siglo XVI, y en los siglos que siguieron. Ella
no desea casarse, no desea quedarse en la casa, desea la libertad. Mujer de
armas usar, regida por el amor: vivir es peligrar, sentencia y nos
configura la idea de lo que para ella es vivir.
“Soy la
semilla: para eso me trajeron. Así pues, hago tierra y no sofocaciones. Echo
raíces y no suspiros. Me planto. Me confirmo. Pero yo no soy solo naturaleza”,
piensa María. Entonces, sin renegar de su sexo, pero consciente de sus
limitaciones epocales, escapando del yugo del Hombre del Brazo Fuerte, Muratore
(como Laura, de Peregrinaciones de un alma triste, escrito en 1876 por
Juana Manuela Gorriti), debe vestirse de hombre para cumplir con sus impulsos
de vivir en libertad. Así, travestida, llamándose ahora Fernán Gómez: mujer;
hembra. Como quien dice tierra, a los ojos de Blas pierde la sangre y la
vida.
Muerta María,
deviene río, uno y otro se van uniendo hasta desdibujar los limites existentes
entre cuerpo y agua, siendo corriente logra alcanzar esa libertad ansiada, es
entonces cuando nos preguntamos ¿Este es un río o una persona de lomo
divino, o es una fuerza que se le ha escapado de las manos a Tupasy, madre de
Dios, o a Ilaj, o a mis ojos que ya no pueden espejear la tanteza de su cuerpo
sin cuerpo?
Blas de Acuña, solitario
pero no solo, se niega a apartarse de ese río que fluye y lo estanca, lo pasea
por los recuerdos de una revolución que no fue, un amor que no fue, una vida
que pasó.
Isabel Descalzo
es el reflejo invertido de María: quiere casarse, vivir para Blas, tener muchos
hijos, pero es despreciada y no correspondida. Ella, por medio de los hijos que
tuvo con Blas, cose historias y recuerdos para crear el mito de la muertecita:
“En la barranca, Isabel Descalzo iniciaba a sus hijos y conocidos en el mito de
María Muratore (…) Y seguía contando la vida de la finadita cuando vino a Santa
Fe, como si fuera ella quien vino en la expedición de Garay. (…) De tanto oír
contársela los hijos la fueron aprendiendo (…) Cuando les preguntaban en dónde
vives, respondían: en lo de Muratore; cuáles son tus bienes: una tumba; tu
origen: una mujer heroica; tu patrimonio: el amor; tu postrimería: un recuerdo”.
Libertad va a
las raíces de la historia argentina para indagar y traer al presente posibles orígenes de la represión en nuestra cultura. El autoritarismo, tan
presente en el momento en el que la autora escribe esta novela, está representado en
el conquistador, al que no le importa mandar a matar a cuanto mestizo, indio o
mujer rebelde se le cruce para realizar su proyecto fundacional. Ella decide
rescatar las historias que yacen bajo la sombra, como la persecución a los subversivos,
como María denomina a los mancebos que quisieron hacer la revolución; para
discutir el presente, el suyo pero también el nuestro.
Así como
Demitrópulos trae del pasado nuestra historia de autoritarismos y revoluciones,
para evitar que “perdamos la memoria”. Como
Isabel logró revivir a María, cosiendo en su tierra el mito de esa mujer
heroica, esforzándose para que no le caiga a paladas el olvido, por amor.
Es momento de revivir los libros, como el de Libertad, que nos construyen, con
fragmentos de ficción, un pasado, un origen. Así, hasta nunca acabar. Hasta
cavar la memoria que es no morir.
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