NÉTOCHKA
Escribe Lucio Vellucci
Digo nueva porque, para este lector, que pensaba ya haber leído todo lo al menos disponible de este autor, llega a sus manos como recién salida de la imprenta. Aunque se trate de un ejemplar añejo, encontrado en una librería de usados en calle Corrientes. No es una de sus obras más conocidas, y entre los ejemplares de Los hermanos Karamazov y las distintas ediciones de Crimen y Castigo, asomaba un libro chiquito, de unas doscientas páginas, del mismo autor. Parecía una broma, alguien le había usado el nombre a Dostoievski para publicar una novela propia. Pero no, efectivamente; no había plagio de identidad y rápidamente, me adueñé del ejemplar. Por eso, para mí, es la nueva novela de Dostoievski, aunque la haya publicado en 1849.
Digamos que se trata de una obra de un autor novel, ya que tenía 28 años cuando se publicó. Si repasamos las introducciones y datos biográficos en sus novelas, en distintas ediciones, no se encuentra referencia alguna a esta obra. Dostoievski escribe esta novela cuando todavía faltaba mucho para que creara las primeras obras que iban a darle trascendencia y renombre en la literatura. Por tanto, vamos a hablar de Netochka, habiendo leído y releído sus obras posteriores, las más importantes.
Buscar el germen de un genio en esta obra, sería hacer una primera concesión para aceptar que todavía no estaba a la altura de lo que iba a escribir más tarde. Pero eso no sería mirar desde la alcantarilla, porque esta "nueva" novela de Dostoievski no le envidia, retrospectivamente, nada a su posterioridad. Uno empieza la lectura y no le importa la fecha de publicación, a qué edad la escribió, si antes o después de tal otra, etcétera. Desde el primer párrafo se sufre y goza con los personajes: estamos inmersos en el hecho literario.
La novela no está dividida intencionalmente en dos partes. Sin embargo, Nétochka nos relata primero la historia de su padre, Efimov, quien asume el protagonismo absoluto en las primeras páginas. Más tarde, el desenlace de los hechos hará que la propia narradora se haga cargo del protagonismo de la novela, su vida. Al menos, de una parte de su vida, hasta donde llega la historia, porque, asombrosamente, carece de final. Por eso mismo, eso que dicen algunos criticones de esta obra respecto del final de la novela, es falso. Dostoievski, por alguna razón terminó la novela, pero no escribió el final. Tampoco es eso de “final abierto”. Simplemente, terminó, sin señales de un final sugerido o información sobre la vida de Nétochka posterior a lo narrado.
La novela empieza diciendo “Mi padrastro se llamaba Efimov, y era hijo de un pobre músico”. Músico de segunda línea en una orquesta de por ahí, hasta que cierto mecenas descubre un talento escondido en Efimov, como violinista. Lo más valioso de esta novela es la historia de cómo un hombre que tiene todo para triunfar como artista, se autodestruye hasta la locura, vencido por su propio sentimiento de inferioridad.
Lejos de aprovechar las oportunidades que se le ofrecen, las desperdicia una y otra vez, hasta terminar por fastidiar a todo el mundo. Como decía Berner, su amigo y músico también él, de quien Efimov obtuviera tantos favores, “se tenía a sí mismo por el más grande violinista del mundo y estaba seguro de ser un verdadero genio; estimaba inútil y absurdo comenzar el aprendizaje de lo indispensable para llegar a ser un virtuoso”. Dostoievski describe, a través del personaje de Efimov, el carácter típico del neurótico que crea una ficción ideal de sí mismo, para compensar el profundo sentimiento de inferioridad que lo tortura. Pero lo hace mucho antes de que se desarrollaran las primeras teorías del psicoanálisis. Entonces, qué nos importa, a los dostoievskianos, la lectura de un final. No necesitamos un final. Eso queda para los criticones de la academia, los licenciados Fulano y Mengano.
Alfred Adler, en su estudio El carácter neurótico establece que “debido a su sentimiento de inseguridad, el neurótico orienta constantemente sus pensamientos hacia lo porvenir. Toda la vida del presente se le antoja como una preparación para el futuro, y ello contribuye a estimular su fantasía y a distanciarlo cada vez más de la vida real e inmediata”. Efimov, incluso, ha dejado de tocar el violín, que junta polvo dentro de un mueble; aun así, sigue considerándose el mejor violinista del mundo, y desprecia a cada uno de los músicos que llegan a Moscú a dar un concierto: ninguno de ellos es tan bueno como él, y está tan convencido de su verdad, de esa “ficción neurótica” que se inventa, que no necesita demostrar su talento. Él es mejor que todos, sólo que las circunstancias de la vida, su mujer, la falta de dinero, etcétera, han obstaculizado su éxito.
Las excusas de Efimov (excusas para sí mismo, puesto que nadie toma en serio su ficción) le sirven para sostener el montaje de un ideal de grandeza que no rebaja ninguna de sus acciones: podrá hacer que lo echen de todos los trabajos, vivir en la pobreza, robarle el dinero a su mujer, corromper a la pequeña Nétochka quitándole dinero y extorsionándola para que mienta en su favor, podrá insultar a todos los que intenten ayudarle; nada de esto lo devolverá a la realidad: solamente, una verdad más fuerte que todas y de la que no podrá protegerse con su escudo neurótico.
Se anuncia la llegada de un gran violinista. Un tal Schumann, que por primera vez llega a Moscú para dar muestra de su talento. Habría que buscar referencias concretas y reales sobre Robert Schumann en Moscú, pero Dostoievski incorpora en su novela, como lo hará a lo largo de toda su obra, un elemento de la realidad para hacer convivir sus personajes en un plano verídico.
Efimov, en público, desprecia las invitaciones a oír y ver al gran músico. No vale la pena, dice, puesto que solo ha triunfado en París, y los franceses no saben nada de música. Sin embargo, en la intimidad, crece el deseo de ir a aquél concierto. Le roba el dinero a la pequeña Nétochka y, cuando ella despierta, tras el desmayo, encuentra a su padrastro desempolvando el violín, retirándolo de la funda. Efimov, demencial, trata de tocar una melodía, y fracasa, una y otra vez. El arte de Schumann ha sido más fuerte que cualquier ficción que pudiera inventarse. Roto ese escudo, Efimov enloquece y, como no nos importan los finales, podemos decir que, además, muere. Nétochka, huérfana, es encontrada por un príncipe, desmayada en la puerta de su casa. La novela sigue y empieza, lo que diríamos, una segunda parte.
Nétochka ha sido una sorpresa bellísima, y algo así como una esperanza, porque el trabajo de lector es inagotable. Debajo de las coloridas y avejentadas publicaciones de moda, persiste lo siempre actual: los clásicos. En el empalago de las temáticas de lo que cansa, Dostoievski vuelve a conmovernos. Es la grata certeza de saber que todavía no hemos revuelto lo suficiente entre los estantes de lo perenne.
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