El jinete polaco
Escribe Lucio Vellucci
Comienza la lectura y a Nadia y Manuel, “sin que se dieran cuenta, se les hizo de noche en la habitación de donde no habían salido en muchas horas, donde habían estado abrazándose y conversando en una voz cada vez más baja, como si la penumbra y luego la oscuridad que no notaban hubiera ido apaciguando el tono de sus voces”. La descripción continúa sin que la lectura pueda descansar en un punto. Pasan las páginas y Antonio Muñoz Molina propone una novela que pinta difícil. El estilo de oraciones que duran páginas y páginas y prometen perder al lector en un laberinto de aposiciones, de a poco empieza a ceder al uso de los puntos, seguidos y aparte.
El jinete polaco cuenta la historia de Mágina, un pueblo de España que podría haber sido real. Como tal, no ha quedado al margen de una historia de República, guerra civil, luchas ideológicas, falangismo y dictadura. Los personajes, es cierto, son creados a partir de una suerte de maqueta autobiográfica, pero nada sabemos o no nos importa cuánto se ajusta esta historia a los hechos reales. Si es una gran obra, lo es porque allí la verdad de la ficción es más verídica que la realidad, tiene la fuerza de hacernos creer en ese pueblo inventado y en aquellos personajes pintados a la medida de un pasado de amores y desencuentros, de honores y traiciones, de venganzas y nostalgias.
Transcurren las páginas, Mágina se nos hace creíble como la Santa María de Onetti. Pueblos y ciudades que nos hacen dudar de la realidad del mapamundi cuando salimos a buscar con el dedo a ver dónde queda precisamente. Es el mapa lo que falla, porque Mágina queda en alguna parte y allí han vivido la abuela Leonor, el abuelo Manuel, el médico Don Mercurio, el comandante Galaz, Ramiro Retratista y tantos otros.
Lo más interesante de la novela es, quizá, el punto a partir del cual se reconstruye la historia de Mágina. Los dos personajes principales se preguntan por todas las cosas que sucedieron para que ellos, ahora, se hubieran encontrado, mientras se les hace de noche y los inunda la oscuridad del cuarto en que acaban de hacer el amor, y conversan sin que el tiempo los afecte. A partir de allí, la novela va hacia atrás. Se remonta a un pasado lejano y va viniendo. La historia va llegando hacia ellos, los destinos van creando las condiciones para que Nadia y Manuel ahora sigan hablando, analizando las fotos que sacan del baúl de Ramiro Retratista, el fotógrafo del pueblo.
De esa manera, van averiguando la historia de Mágina y la historia propia. Van buscando en el baúl de las fotografías quiénes son ellos mismos, a través de las caras que la humedad va desgastando, los rostros de las generaciones que los antecedieron. El jinete polaco no deja de plantear una pregunta por la identidad en una época en que la Historia parece vedada, en que aquellos antiguos ideales por lo que sus antepasados lucharon se presentan como obsoletos, parecen irrisorios a fines del siglo XX.
Manuel es un joven que está harto de Mágina, de la vida monótona en un pueblo que permanece siempre igual, impasible e intocado por los avances del Progreso. Sueña con viajar por el mundo mientras vende las verduras que antes ha ayudado a su padre a cosechar; sueña con recorrer las capitales de Europa mientras se conforma, por ahora, con cantar las canciones de The doors que traduce para sus amigos. Pero, de todos ellos, es el único que decide salir de Mágina y, entonces, mientras se gana la vida como traductor, se va convirtiendo en el hombre que siempre había querido ser. Mágina, entonces, queda cada vez más lejos; con ella, todos los hombres y mujeres que pertenecen a su pasado.
Ganadora del premio Planeta en 1991, El jinete polaco lleva implícita, en su estructura, la época en la que está escrita. Ha caído el muro de Berlín, comienza la hegemonía cultural del occidente capitalista, se expande la ideología neoliberal que inaugura, con bombos y platillos, el fin de la Historia. Queda poco margen para imaginar el futuro, para creer en los proyectos colectivos; todo eso ha quedado en desuso. El futuro queda imposibilitado y la identidad se piensa hacia el pasado, la pregunta por quién soy se busca en el baúl de los recuerdos y del árbol genealógico.
La historia del protagonista en nada se parece a la de las personas cuyos retratos observa. No tiene ningún interés en comprometerse con ninguna causa que considere justa; es el resultado de décadas de dictadura franquista, de convenciones católicas y mitológicas historias republicanas; es la consecuencia de una historia en la que no parece reconocerse demasiado, al menos le son ajenas las causas que motivaron a esos antepasados de Mágina a dar la vida por un mundo mejor; al menos luchar por un mundo en que el futuro no estuviera atrás, sino adelante. Manuel ha devenido en burgués y la novela no cuestiona su indiferencia, cierto ombliguismo del hombre que mira hacia el pasado como si la historia no hubiese podido ser distinta, como si necesariamente tenía que ser así para que él y Nadia ahora estén ahí.
En su insistente retrospectiva, El jinete polaco está en el estado en que se encuentra España y el mundo en una época de despolitización. Como si no quisiera ver más que contemplativamente la historia de muerte y sangre que la dictadura se ha encargado de esconder bajo la alfombra. Las páginas, en esa mirada hacia el pasado, han quedado demasiado limpias, sin un vestigio de su oscuridad; como Manuel, que persigue su destino individual despojado de toda preocupación colectiva, encerrado en un hedonismo sin posibilidad de reconciliación con el mundo.
Manuel no está seguro ya de querer ser quién siempre quiso ser. Un hombre de treinta y pico que flota por el mundo sin arraigo. Está desterritorializado. Ha visto el mundo y ahora le aburre un poco, pero no hay sitio al cual regresar. El jinete viene cabalgando y pareciera que resbala en suelos pantanosos, no puede avanzar. Hay que ir a buscar las respuestas al pasado, galopar hacia atrás, tan lejos, porque cualquier movimiento hacia delante choca contra los obstáculos de la cultura de fines de siglo. Manuel es arrastrado por un destino que ya no está tan seguro de corresponder con su deseo.
Sin embargo, Nadia y Manuel han encontrado un territorio que puede llegar a conservar su solidez, uno en el otro es ese país al que quieren volver. Han buscado en el baúl de las fotografías y recorrido juntos el tiempo de sus ancestros, hasta llegar a un aquí y ahora. La obra concluye en un presente que se consume en la incertidumbre. ¿Qué será de ellos a partir de ahora? ¿Seguirán atados al presente, con los ojos puestos en el pasado, en quienes fueron? ¿O podrán desafiar un tiempo muerto y proyectar el deseo hacia un futuro que les pertenezca? ¿Podemos imaginar nuevos futuros, o estamos condenados a repetirnos y contemplar pasivamente lo que hicieron de nosotros? ¿Podremos ser jinetes de nuestros propios destinos colectivos, o permaneceremos impávidos mientras somos cabalgados por proyectos de otros? ¿Sabrá la Historia que intentamos reescribirla a nuestro modo, o creerá que la calcamos, cual copia fiel de la desesperanza?
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