HAY CADÁVERES
Escribe Lucio Vellucci
Reflexiones a partir de las películas Vortex, de Gaspar Noé, y El sabor de las cerezas, de Abbas Kiarostami.
Ya los primates, hace más de 40.000 años, se preocupaban por los rituales que rodean la muerte. Desde entonces, cada civilización buscó procesar simbólicamente este hecho natural. La pregunta por la finitud de la existencia inspiró, a lo largo de la historia, todo el desarrollo del arte. Las religiones también han intentado dar respuestas, consuelos, alivio ante la certeza desesperante de lo inevitable de nuestra propia finitud.
En la filosofía occidental, la muerte, asume un carácter problemático. Desde Platón y su Apología de Sócrates, pasando por todo el pensamiento medieval y moderno hasta llegar al ser-para-la-muerte de Heidegger, en Ser y tiempo.
La muerte es un hecho. Ahí está el cuerpo, sin vida. Ahora bien, ¿Qué hacemos con el cadáver?
Una cultura puede definirse por el tratamiento que le da a la pregunta por el cadáver. Algo hay que hacer con eso que está ahí, que todavía conserva rasgos humanos y que hasta hace un momento estaba respirando, quizá conversando con nosotros, mirándonos.
Los pueblos originarios de América ofrecían distintos rituales para honrar la muerte, desde enterramientos de cuerpos en vasijas suntuosas hasta fiestas crematorias. Desde las pirámides de los egipcios hasta las salas velatorias y los cementerios, la humanidad no ha hecho otra cosa que reiterar de distinto modo la misma ceremonia en torno al cadáver.
Por esto, las formas extremas del fascismo, las dictaduras más crueles y genocidas, si son inhumanas, lo son en el sentido de que el uso del cuerpo del Otro no respeta (entre otras cosas), la ceremonia del cadáver. El nazismo junta los cuerpos y hace un uso económico de ellos. Encuentra en las cámaras de gas el modo de matar rápido y barato, y deshacerse de los cadáveres que, simplemente, acumula e incinera. El cuerpo muerto de los Otros es una molestia, es una pérdida de tiempo y de dinero.
La dictadura terrorista, en Argentina, deshace el cadáver. Las desapariciones nos privan de la ceremonia que nos liga con los muertos: no es sólo el asesinato sistemático, además se trata del ultraje de un ritual que nos conecta con la historia de miles de años de humanidad.
Dos obras cinematográficas abordan la pregunta por el cadáver. La primera es El sabor de las cerezas del iraní Abbas Kiarostami. La otra es Vortex del argentino, Gaspar Noé. En estas dos películas está flotando permanentemente la idea del ritual del cadáver. La inminencia de la muerte propia y de los seres queridos nos empuja a buscar refugio en la respuesta cultural al asunto del cadáver. ¿Qué hacemos con él?
El sabor de las cerezas es una película de 1977. Inmediatamente nos despoja de nuestros criterios occidentales para ubicarnos en el problema religioso que atraviesa el protagonista. Un hombre se la pasa buscando a la persona indicada para que se comprometa a enterrarlo después de que se suicide. El problema no es la muerte, sino el destino del cadáver. ¿Quién va echarme un poco de tierra encima? Yo no podré hacerlo una vez muerto. Kiarostami nos ubica en el centro del conflicto existencial, que vivimos en carne propia, en el seno de una religión que nos es ajena. En todo caso, el occidente y el oriente, no son tan distintos.
Vortex es una película de 2021. Un hombre y una mujer, en la última etapa de la vida, llevan una rutina normal en Paris. Normal, puede aceptarse, si se imagina a un intelectual y a una psiquiatra en la cotidianidad de una casa rodeada de libros y medicamentos. Ella comienza a perder la memoria; él sufre problemas cardíacos. La película parece plantearnos el dilema por la identidad de ese cuerpo que empieza a no ser consciente de sí mismo y que, sin embargo, no es cadáver. Por otra parte, un cuerpo que es perfectamente consciente de sí mismo, y que como tal, va sintiendo su lenta descomposición. Toda pareja tiene que lidiar con el mismo destino: si no se da el caso de una muerte simultánea, uno de los dos, tarde o temprano, va a tener que decidir sobre el cadáver del otro.
Cada una de las películas, lleva implícita una pregunta específica. En El sabor de las cerezas, la pregunta es la siguiente: ¿Qué van a hacer los otros con mi cadáver? En Vortex, la pregunta sería: ¿Qué vamos a hacer nosotros con el cadáver del otro?
En cualquier caso, que no sea el apuro de una vida alienada la que nos robe el ritual. Que no sea la lógica fascista la que nos deshumanice al punto de suprimir la demora de honrar la finitud. Que la fatiga no gobierne nuestros cuerpos tanto que no podamos disfrutar de estas grandes obras. Que el terror del poder no nos use como cadáveres, cuando todavía podemos conmovernos ante la belleza del arte. Porque el arte, el gran arte, qué otra cosa es sino la ceremonia incansable con que los cuerpos festejan la existencia.
Click acá para ver Vortex
Click acá para ver El sabor de las cerezas
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