LA NOTTE

Mirada sobre el largometraje de Michelangelo Antonioni

Escribe Rocío Vélez

La notte (1961) comienza con agonías: la agonía de Tomasso (Bernhard Wicki), un joven escritor enfermo, sufriendo intensos dolores en la cama de un hospital; la agonía de Lidia (Jeanne Moreau) que pasa de ser una mujer que leía, estudiaba y “vivía” a ser “la mujer del escritor”, a ser Otra en la cual no se encuentra. Y la agonía de la relación conyugal entre Lidia y Giovanni (Marcello Mastroianni), afectada por la frivolidad que comienza a inmiscuirse en la cotidianeidad de ambos.

Lidia y Giovanni van a visitar a Tomasso, son amigos. Es interesante prestar atención a cómo ambos se enfrentan ante la situación del enfermo en la camilla. Por un lado, Giovanni habla de su libro, de la presentación –a la que irá luego–, bebe champagne –que les ofrece Tomasso– y continúa charlando sobre banalidades; es como si no pensara en que su amigo está muriendo. Por otro lado, Lidia sonríe ante el encuentro con el amigo enfermo, que la mira con admiración; sin embargo, podemos observar angustia en el rostro de ella. Lidia mira por la ventana, no puede entablar una conversación, no puede beber champagne, porque ella sabe cuál es el destino próximo de Tomasso y le duele. En esa agonía se reflejan sus propias agonías: la de ella como sujeto y la de su relación con Giovanni. 

El rostro es un espacio de puro significante, refleja significados que no sabemos bien cuáles son porque corresponden a un lenguaje no verbal que se expresa como materia significante. El rostro de Lidia, la profundidad de sus gestos, de sus ojos, serán quienes a lo largo de la película vaticinarán que algo va mal, que algo duele. Algo que no se puede poner en palabras, porque ni ella lo comprende aún, pero sí se trasluce en la materia significante de su rostro.

De la misma forma que Giovanni no ve que Tomasso se muere, no verá la agonía de Lidia ni la de su relación. No podrá escuchar-ver los gritos en el rostro de ella. Y, mientras Lidia huye de la presentación del libro de su marido, ahuyentada por la frivolidad de un mundo en el cual se siente ajena; Giovanni gozará de los “placeres” efímeros que ese mismo mundo proporciona y se dejará envolver lentamente por una vida que no los satisface realmente.

Lidia huye para encontrarse, va a los lugares que habitó: el pueblo donde creció, donde conoció a Giovanni. Se mezcla con la gente, con gente que se ríe frente a una escena que alegra al pueblo: niños tirando cohetes al cielo. Algunos de esos lugares que recorre son ahora ruinas, los observa como sintiéndose identificada y su rostro nos dice “me busco”, ¿Quién es ella en ese ahora? ¿Quiénes son con Giovanni? ¿Están ellos también en ruinas? 

Lo más significativo entre Giovanni y Lidia son miradas. Casi no hay lenguaje en la cotidianeidad que se le muestra al espectador: están en su casa, no saben qué hacer, no quieren-pueden estar solos. Algo tienen que hacer, ir a una fiesta, a un cabaret, pero salir. Estar juntos, solos, en la casa, no es opción.

En el cabaret, como en el hospital, Giovanni disfruta de un cóctel, de ver bailar a una mujer sensualmente, él ha cedido a ser parte de ese mundo. Mientras tanto, Lidia vuelve a tornarse melancólica, cuando su marido le pregunta qué piensa, ella responde que no piensa en nada, la conversación no avanza mucho más. No hay lenguaje capaz de expresar lo que le pasa. No hay lenguaje capaz de unirlos.

El sujeto enamorado habla, hace el amor y retorna al habla; la pareja de La notte no conversa, no hace el amor, no vemos amor; solo hay tedio, comodidad y costumbre. En Fragmentos del discurso amoroso, R. Barthes escribe en el apartado sobre la conversación: “El lenguaje es una piel: yo froto mi lenguaje contra el otro. Es como si tuviera palabras a guisa de dedos, o dedos en la punta de mis palabras. Mi lenguaje tiembla de deseo”. Sin embargo, es otro el lenguaje mediante el que Lidia intenta comunicarse con Giovanni, es su rostro quien le habla. Ellos han perdido el lenguaje, no hay nada que puedan frotar, no hay deseo. 

Pero no solo han perdido el lenguaje para conversar entre ellos y desearse, también esta “afasia” los ha convertido en sujetos que no saben qué desean. Deambulan en un mundo provisto de comodidades que los ha dejado mudos, pueden tener lo que sea, menos amor y felicidad.

Sin embargo, hay una escena en donde el lenguaje retorna. Lidia logra decirle a Giovanni lo que siente, o lo que cree sentir: “Ya no te amo”. Recién acá vemos desesperación en Giovanni, recién acá se busca el diálogo, recién acá se da cuenta.

Lidia sigue hablando, saca una carta de amor y la lee:

“(…) En el calor de tu sangre, de tus pensamientos, de tu voluntad, que se confundía con la mía. Por un momento, he entendido cuanto te amaba, Lidia. Y ha sido una sensación tan intensa que se me han llenado los ojos de lágrimas. Era porque pensaba que esto no debería terminar nunca, que toda mi vida debería ser como el despertar de hoy. Sentirte, ya no mía, sino una parte de mí, algo que respira conmigo y que nada podrá destruirlo, sino la torpe indiferencia de una rutina que veo como única amenaza. Luego, te has despertado. Y sonriendo, aún adormecida, me has besado, y yo he sentido que no debía temer nada. Que nosotros siempre estaremos como en ese momento. Unidos por algo que es más fuerte que el tiempo y que la rutina.”

Su marido le pregunta quién le escribió eso, ella le revela que fue él, al principio de la relación. Otro Giovanni amaba a Otra Lidia, más jóvenes, más vitales, menos frívolos. Queda enfrentado ante un espejo que no lo refleja. La desesperación en él aumenta, busca amarla, volver a ella, frotarse como lo hicieron sus palabras en el pasado. 

¿Será posible recuperar lo perdido? ¿Será posible crear un nuevo lenguaje? ¿Mediante qué formas extrañas recuperarán el deseo? ¿Mediante cuáles se recuperarán ellos?


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