Sub-versiones
El Aleph a la luz del Zohar
Por Maximiliano Fabi
Por increíble que
parezca, yo creo que hay (o que hubo) otro Aleph, yo creo que el Aleph de la
calle Garay era un falso Aleph.
J. L. Borges, El
Aleph
No moriré del todo —la esperanza
del hombre que no ha vivido, cuya vida se ha entregado a la lucha por vencer a
la muerte, cuya vida ha pasado a esas inmortales páginas.
Norman Brown, Eros
y Tánatos
I
Me propongo aquí la defensa de una hipótesis acaso
efectista: sostengo que tal y como Borges sospechaba, en aquella tarde de
octubre de 1941, en un inmueble de la calle Garay, Carlos Argentino Daneri
cometió asesinato. El muerto fue el propio Borges, y de todo ello nos ha
quedado la cifra en El Aleph.
Doy inicio al alegato: luego de la
obra de Borges, es altamente sabido entre nosotros (podría serlo más...) que «aleph» es la palabra que
designa a la primera letra del alfabeto hebreo. Asimismo, sabemos que ésta es
una letra de sumo valor para la Cábala, es decir, para la mística hermenéutica
del judaísmo.
En el Zohar, texto cabalista
que se supone escrito hacia el siglo XIII d.C., acaso por Moisés de León,
leemos que "la imagen del mundo aparece
en el ojo de un hombre", y que "todos
los colores se encuentran girando en él. El blanco es el gran mar, el océano
que rodea al mundo entero por todas partes; otro color es la tierra seca,
rodeada de agua, y la tierra seca se encuentra entre el agua, así como el color
está entre el agua. El tercer color —en
el centro— es Jerusalén, que es el
centro del mundo. Un cuarto color es la visión del ojo, llamada «pupila». En la pupila
aparece la imagen, y es la visión más gloriosa de todas. Ésta es Sión, el punto
absolutamente central, donde se ve la visión de todo el mundo, y en donde
habita la Shejinah, que es la belleza de todo y la visión de todo. Este
ojo posee el mundo..."
Recordemos que Carlos Argentino Daneri
se encontraba trabajando, desde hacía años, en una descripción en verso del
planeta, cuyo título era La Tierra, y de la cual llevaba apenas
avanzado el prólogo. Se comprende, entonces, la invaluable ayuda que habría
significado —para una empresa semejante— poseer el reflejo de
aquella pupila en la cual se imagina lo blanco del mar, la tierra seca entre el
iris y el agua, y en el centro las urbes, junto a todo lo demás.
Ahora bien, en aquellas páginas del Zohar,
se aclara también que "cuando un hombre deja el
mundo, su alma está aún unida a él. Antes de que ella parta, los ojos de un
hombre ven lo que ven, como se ha explicado... durante su vida no ven, pero en
la muerte sí ven." Es decir que un hombre, antes que en vida, ve más bien
al morir aquella imagen que es la visión más gloriosa de todas, y de la cual
será reflejo su pupila.
Carlos Argentino se proponía terminar
su poema. Para ello (y otro misterio es cómo llegó a saberlo: acaso conociera
el Zohar) necesitaba aquella imagen del mundo que aparece en el ojo de
un hombre cuando la vida de éste culmina, y que además queda allí si los ojos
no son debidamente cerrados, ya que "los
ojos de un hombre muerto —agrega el autor del Zohar— están abiertos debido a la
visión que han visto, y los que están junto a él deben tender la mano sobre
ellos y cerrárselos."
Por tanto, sostengo que los temores
que Borges sintió aquella tarde en un sótano de la calle Garay, no eran
infundados: Carlos Argentino, antes de permitirle bajar, lo había convidado con
una copa de coñac; luego dio las instrucciones: "Ya sabes, el decúbito dorsal es
indispensable. También lo son la oscuridad, la inmovilidad, cierta acomodación
ocular. Te acuestas en el piso de baldosas y fijas los ojos en el decimonono
escalón de la pertinente escalera. Me voy, bajo la trampa y te quedas solo.
Algún roedor te mete miedo ¡fácil empresa! A los pocos minutos ves el
Aleph"... pues ya en el sótano, a oscuras, Borges intuyó la verdad: "me había dejado soterrar
por un loco, luego de tomar un veneno."
No es extraño entonces que una vez
acostado, haya sentido "un confuso malestar"
que su razón atribuiría a la rigidez de la posición, "y no a la operación de un
narcótico" tal y como bien le indicaban sus sospechas; porque entonces
cerraría los ojos, y luego, al abrirlos, vería —tal y como sólo podría verlo sin vida— el Aleph...
II
"(...)
cuando un hombre deja el mundo —leemos también en el Zohar— y sus ojos han quedado
abiertos por la gloriosa visión que ha tenido, su hijo (si es que es lo
suficientemente valioso como para tenerlo) debe ser el primero en tender la
mano hacia sus ojos y cerrárselos... ya que una visión extraña y profana está a
punto de confrontarlo, y el ojo que acaba de tener una visión santa, celestial,
no debe tener una visión extraña."
Por «visión extraña», los editores de este
ejemplar del Zohar que me encuentro consultando (Dirección de
publicaciones, México, 2010), evocan —en
nota al pie— a Sitra ajra, es
decir (del glosario, al final): "Literalmente
«el otro lado». Se refiere al lado del mal que, en el pensamiento cabalista,
adquiere una importancia singular, en la medida en que este «otro lado» es
parte constituyente de la esfera de lo divino. De la misma manera en que Dios
es un ser andrógino, contiene a su vez las caras del bien y del mal."
Recordemos que Borges, luego de haber
visto el Aleph, sintió —y en este orden— "infinita veneración, infinita
lástima", y que después de haber contemplado todas las maravillas
indubitables del mundo, vio además en un cajón, "cartas obscenas, increíbles, precisas,
que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino". Vio "el engranaje del amor y la
modificación de la muerte"; este lado pues, y asimismo el otro...
Es decir que una vez hallado el
cadáver, Carlos Argentino no cerró los párpados del muerto: éste fue entonces
invadido por Sitra ajra, pues no otro destino había pergeñado
Daneri para la última mirada de Borges.
Y comprendemos entonces el porqué de
aquella "almohada humildosa"
con la cual Daneri no estaba asegurándole nada a Borges sino que más bien se
aseguraba a sí mismo "cierta acomodación
ocular", pues era su propio punto de vista y no el de su víctima,
aquel que estaba acomodando: "Si la levanto un solo
centímetro —le había dicho—, no verás ni una pizca y
te quedas corrido y avergonzado"; y en efecto, tras haber operado el
narcótico, bien podemos imaginarlo allí largas tardes, sentado en el
decimonoveno escalón con cuadernito y lápiz en mano, mirando hacia abajo con
atención —y anotando— el reflejo de una de
aquellas dos pupilas en las cuales se repetía incansablemente el mundo.
A poco de cumplirse un año de los
hechos, Carlos Argentino ha de haber terminado su poema. Había envenenado a
Borges en octubre del '41, y si hemos de guiarnos por la posdata final, su casa
es demolida en septiembre del '42. Con eso ya hay el encubrimiento, y seis
meses después publican su oda, con la cual —a pesar de todo— no iría a ganar el primero
(no el Aleph) sino el segundo Premio Nacional de Literatura...
III
Resta, de todos modos, una posible objeción: si Borges
muere envenenado en aquel sótano de la calle Garay, ¿cómo es que luego de haber
visto el Aleph acierta a levantarse en la penumbra y balbucear: "Formidable. Sí,
formidable"?
Quizás —se me ocurre— el mayor reto; el más grande
laberinto que Borges podía dejarnos, fuese el crimen de un asesinado que de
pronto, muerto y todo, se levanta.
Otro, para esa justicia que algunos
llaman Historia, desenterró un día a "un
fusilado que vive"... Pero bien visto, se trata siempre de resurrecciones.
Después de todo, tal y como alguna vez escribió Cernuda en su poema Lázaro:
Él
conocía que todo estaba muerto
En mí, que yo era un muerto
Andando entre los muertos.
Y quizás nada distinto haya querido
dejarnos dicho Borges...
Maximiliano Fabi
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