ÉRASE UNA VEZ EN GEORGIA
Mirada sobre dos largometrajes georgianos
Por Lucio Vellucci
Erti
Nakhvit Shekvareba (1975) y Didi mtsvane Veli (1967), son dos películas georgianas que
pudieron apreciarse en el 38° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
Love
at first sight es una fiesta de colores, Great Green Valley una oda a los matices del blanco y negro. Una y
otra se acercan con profunda ternura a la vida del pueblo, sus conflictos, sus
costumbres, sus esperanzas; las dos obras son una respuesta vital frente al
mundo opresivo del totalitarismo soviético. Ambas sufrieron la persecución de
la censura estatal.
Pero, ¿qué es lo peligroso para
ese régimen de estas obras? ¿Qué es lo censurable en ellas?
Como plantea el antropólogo
Pierre Clastres, lo que no tolera el Estado es la diversidad, de allí su
esencia etnocida. La misión de la cultura hegemónica es liquidar cualquier
afirmación identitaria por fuera del modelo oficial. En su política
homogeneizadora, Moscú aplica la censura para borrar las diferencias. En un
caso, el protagonista resiste huyendo; en el otro, el protagonista resiste
quedándose.
Love
at first sight es una película del año 1975, de Rezo Esadze,
que muestra el colorido intenso, vívido, de la cultura popular. Con un humor que
nos remite directamente a algunas películas de Federico Fellini, accedemos a la
historia de un amor a primera vista entre un joven de dieciocho años, musulmán,
con una joven un poco mayor, bielorrusa. Sin embargo, es imposible ignorar la
tragedia que sutura constantemente la obra.
El peso de la tradición no
tarda en hacerse sentir. El mandato es el matrimonio que el padre hace tiempo
le ha arreglado. Lejos de someterse a este destino, el joven se muestra
inconforme frente a la insistencia familiar. De algún modo, esta película
esconde, debajo de su comicidad, una fuerte crítica a la figura de la
autoridad. En nombre del amor, sin recaer en clichés occidentales, se rebela
contra toda una serie de valores establecidos, pone en cuestión todo el
andamiaje social.
Es interesante observar, por
otra parte, la intención de plasmar a través de distintos personajes la cultura
del pueblo: alguien camina bailando, otro canta constantemente, todos opinan y
discuten sobre las formas de sacrificar una oveja. Lo que hay es vitalidad, una
implícita ebullición, unas formas de hacer indisciplinadas. Hay una decidida
burla a la burocracia soviética cuando distintos personajes acceden a firmar
papeles sin saber de qué se trata: “te lo diré más tarde”, repite el
funcionario.
Quizá el rasgo más subversivo
radica en el hecho de que el protagonista no cede ante esa fuerza de la
tradición, del mandato, ante la coerción de la autoridad. Una y otra vez, dirá:
NO. Siempre va a seguir su deseo. Hay un vector de desterritorialización que
puede comprenderse como un desapego a la patria, algo así como un insulto a esa
suerte de sacralización de la obediencia. Va a perseguir a su amada hasta las
últimas consecuencias, va a traspasar las fronteras, va a fluir más allá de los
muros que controlan los cuerpos, va a perforar el obstáculo de la burocracia
que pretende aquietar el deseo.
La danza del final es el punto
máximo de la ternura y, tal como muestra la pantalla grande de la sala, el
mensaje es contundente: “Así recompensa el autor a un público que tiene
esperanza en un mundo mejor”.
Great
Green Valley, es un largometraje de Merab Kokochashvilila,
del año 1967, en el que la vida pastoral de Sosana transcurre de acuerdo a la
costumbre, sigue la herencia del padre en la crianza y el cuidado de las vacas
en medio del valle. Ese mismo legado es el que Sosana le transmite a su hijo,
los conocimientos prácticos del pastoreo y los secretos que provienen de los
ancestros. Hay ritual y supervivencia, el hombre en medio de la inclemencia de
la naturaleza, conectado al mismo tiempo a su tierra, a una espiritualidad que
lo liga a una historia y le otorga la identidad en la que se reconoce. Sosana
no puede concebirse a sí mismo fuera del gran valle verde: él es su relación
con las vacas que cuida, el río en que se baña, el sol que riega de fertilidad
el valle, la cueva sagrada en que nos muestra las figuras grabadas por sus
antepasados.
En esta película, a diferencia
de Love at first sight, la tradición
no aparece como el peso de un mandato opresivo, como la obligación de seguir un
destino decidido por otros. En este caso, la tradición tiene que ver con preservar
“un estilo de vida”, diríamos, puesto en peligro por la llegada del Progreso.
Los geólogos llegan al valle
para comenzar la extracción de la riqueza que subyace en él. Hace tiempo que
las vacas están enfermas, “están secas”, no beben y enflaquecen y los terneros
nacen muertos, “las vacas huyen con el río, fluye aceite en vez de agua”.
Llegan las máquinas de la
Modernidad al valle y empiezan la inexorable transformación de la historia del lugar, a producir el
desarraigo forzado del hombre a su tierra: “mal momento para que nieve, no
podré encontrar sus huellas”, dice Sosana. La nieve es también el arribo de esa
forma de la muerte que, con la imposición del Progreso, borra las huellas de una
identidad. “Su estilo de vida desaparecerá”, dicen.
No es solo la historia de un
hombre y un valle. Es la historia de un pueblo que se resiste a ser negado por
la hegemonía modernizante, pero también es el retrato de la imposibilidad de
doblegar definitivamente la voluntad de una comunidad: es la úlcera poética en
el estómago totalitario que viene a deglutir las raíces de una identidad.
¿Cómo no iban a ser
perseguidas, entonces, estas dos enormes obras del cine georgiano, por los
comités de censura de un régimen de muerte? ¿Cómo no iban a despertar el
rechazo de los ojos sin mirada del poder? Sin embargo, al final, los cuerpos
danzan, porque no hay decreto que detenga el amor; seguimos las huellas de lo
nuestro bajo la nieve, porque la vida persiste.
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