LA IMATGE PERMANENT
Mirada sobre el largometraje de Laura Ferrés
Por Rocío Vélez
Ferrés
nos introduce en un pueblo español donde una madre y su hija se retratan con uno
de sus muertos, el padre de la familia. En la fotografía, debajo de la imagen
fantasmagórica del hombre ausente, Antonia –su hija– sonríe. ¿Qué revelan las fotografías de la
personalidad de los sujetos? ¿Cómo se moldean las identidades en una familia
que enfrenta la ausencia y el pasado? ¿Puede una sola fotografía revelar la
historia de toda una vida? ¿Qué de nosotros permanece en las imágenes?
La película desafía las
expectativas convencionales al presentarnos un registro íntimo de la
cotidianeidad de un pueblo. Los personajes, en particular Antonia, tienen personalidades
complejas. Ella es una joven embarazada que trabaja desde los ocho años, compartiendo
las tareas rurales con otras niñas. Este trasfondo de explotación laboral y las
circunstancias en las que vive develarán poco a poco la tenacidad de su carácter.
En La imatge permanent, resulta
un detalle no menor la ausencia de figuras masculinas, con la excepción de dos breves,
pero significativas apariciones al comienzo de la película. Un cura, que podría
simbolizar la autoridad religiosa; y el patrón del campo, encarnando la
autoridad económica y social, aportan una dimensión de opresión y control que
arroja luz sobre las dinámicas familiares y sociales. El cura representa el
peso de las normas morales y religiosas que han marcado la vida en esta
comunidad, mientras que el patrón es como el yugo de las estructuras
jerárquicas y las desigualdades que han sido una constante en la historia y que
ha perdurado, más que nada en los pueblos.
En este contexto, la sororidad
entre las mujeres y sus cantares, que atraviesan la obra, se convierten en una contracara
frente a la opresión que despiden las esporádicas figuras masculinas.
Los elementos culturales, como las
coplas andaluzas, los chistes compartidos y el compañerismo entre las mujeres,
enriquecen la película al destacar la importancia de la comunidad y la
tradición en la construcción de la identidad. Estas cosas funcionan como un
hilo conductor que une a las mujeres y resalta su conexión con la herencia
cultural que trasciende las temporalidades e incluso las regiones.
Cuando Antonia da a luz, comienza
una nueva etapa. Su conflicto con la maternidad no deseada agrega otra capa de
complejidad a su personalidad. Tentándola a huir de esa vida que no era la deseada.
El tema central de la identidad
se manifiesta a lo largo de la película, culminando en la frase: "Hay
dolores que se quedan, es el cuerpo el que se va". Esta declaración
resonará en la construcción de la historia que decide contar la directora española.
Muchos años después, en la
ciudad, Carmen, una directora de casting, busca personas auténticas –trabajo poco
sencillo en un mundo dominado por el mercado, el marketing y las imágenes creadas
por la inteligencia artificial–. Este personaje, transmite una profunda soledad
al espectador. A menudo, la vemos almorzando sola, frente a la pared y en
silencio.
A través del casting que realiza,
se ve reflejada la variedad cultural que surge de la inmigración en la sociedad
contemporánea. En un contexto donde las identidades son cada vez más
influenciadas por las representaciones mediáticas prefabricadas, la película
plantea preguntas sobre la autenticidad y la cultura visual. ¿Cómo podemos
encontrar la autenticidad en un mundo saturado de imágenes construidas y
manipuladas? ¿Qué significa ser auténtico en una sociedad de rostros fugaces?
En su búsqueda, Carmen encuentra
una mujer particular que, por alguna razón, le llama la atención. Se trata de
una vendedora ambulante de perfumes artesanales. La relación que se construirá
entre ellas va a ser un punto clave del metraje que unirá los tiempos y las
personas.
La cinematografía de La imatge
permanent evoca el estilo distintivo de la cineasta Agnès Varda, con una
atención meticulosa a los detalles y una representación antihegemónica que decide
mostrar la diversidad de cuerpos, rostros, personas y lugares.
En resumen, es una película que transcurre
como una exploración crítica y profunda de la identidad y las relaciones
humanas en un contexto marcado por la ausencia, la opresión y la lucha por la
autenticidad. La narrativa cuidadosamente construida y la cinematografía crean
una obra que puede ser abordada desde distintas aristas. Este enfoque se alinea
con las reflexiones de Carol Talon-Hugon en L'art sous contrôle, que
destaca la importancia del arte como medio de expresión y resistencia en
contextos difíciles, y cómo las imágenes pueden ser poderosos vehículos para
explorar la complejidad de la identidad humana. Es una obra que busca el camino
para, citando a Friedrich Schiller, “restablecer en nuestra naturaleza humana
esa totalidad que la cultura ha destruido”.
¿Cómo nos reconoceremos si, de tanto forzar la cara para darle al mundo la mueca que espera de nosotros, la imagen propia se vuelve difusa, irreconocible ante nuestros propios ojos?
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