UNE AFFAIRE DE FEMMES
Por Rocío Vélez
En Une affaire de femmes o
Un asunto de mujeres (1988) seguimos a Marie (Isabelle Huppert) quien, durante
la ocupación nazi en Francia, hará todo lo posible para subsistir junto a sus
dos hijos. Podríamos resumir así una de las líneas narrativas del largometraje
de Claude Chabrol; sin embargo, el cineasta logró integrar en el retrato de la vida de
Marie-Louise Giraud, el drama colectivo durante la Segunda Guerra Mundial.
En un contexto de toques de queda,
presencia de militares alemanes en las calles, creciente antisemitismo y una
economía devastada, la protagonista cuida de sus hijos, Mouche y Pierrot, mientras su marido
está en la guerra. Dejando de lado sus deseos —como ser cantante—, sea
como sea, ella siempre va a conseguir poner un plato de sopa en la mesa para
sus dos niños. Pero, ¿hasta dónde está dispuesta a llegar, la protagonista, para
asegurar su supervivencia y la de sus hijos? ¿qué despierta la adversidad en
los seres humanos? ¿qué transformaciones sufren sin darse cuenta?
Coser, limpiar, lavar, alquilar cuartos a prostitutas, incluso convertirse en una faiseuse d’ anges (creadora de
ángeles), es decir, una abortista. Todo es opción. ¿Cuál es el precio de la supervivencia en un
mundo donde la moralidad impuesta no condice con la realidad social?
Pero Marie, no se convierte en abortista como quien encuentra empleo de lavandera, por ejemplo, y hace de eso su profesión. Las necesidades propias y las de los otros la van empujando al límite de la legalidad. Primero es una vecina amiga que está embarazada, el marido se va a la guerra, no sabe si volverán a verse. Después el boca en boca, la desesperación de las prostitutas, de las mujeres que tienen más de cinco hijos y no pueden más, las que no querían hijos de alemanes o, simplemente, las que decidían no parir. En un contexto en donde los métodos anticonceptivos no eran opción (La Alianza Nacional contra la Despoblación desaprobaba la fabricación y el uso de anticonceptivos en el país) y la legislación francesa calificaba a las abortistas como “asesinas de la patria”, y al aborto como un “crimen en contra del embrión, la sociedad, el Estado, la raza”, en un intento por conservar el ideal de familia y maternidad.
Por otro lado, es interesante
prestar atención a la relación de Marie con su hijo, Pierrot. En ocasiones, ella
parece despreciarlo, quizás proyectando en él la figura de su marido. Avanzado
el filme, no pasa desapercibido el comentario de Pierrot sobre querer ser
verdugo, “porque los verdugos no muestran su rostro”. Detalle que nos remite a la
película La infancia de Iván de Andrei Tarkovski, donde el protagonista
también es atravesado por la hostilidad de los tiempos de guerra. Jean-Paul
Sartre escribió sobre Iván: "el niño perfectamente adaptado a la sociedad
belicista, está por tanto condenado a convertirse en asocial en el universo de
la paz". La brutalidad del conflicto y la presencia constante de la
violencia en el entorno de los niños dejan marcas, llevándolos a pensarse
en figuras asociadas con el poder y la autoridad, aunque sea bajo una figura
tan anónima como la del verdugo.
En otro de los hilos que suturan
el filme tenemos el regreso de Paul (François Cluzet), el marido. Él
llega a su casa y lo primero que busca es el amor de su mujer y se encuentra
con que ya no existe. “Ya no te amo”, le dice ella y aplasta toda esperanza. El
hombre que vuelve derrotado de la guerra se enfrenta a un país ocupado, lleno
de alemanes que se apropian del espacio, de las mujeres y de todo. Una
sensación similar a la que produce el cuento Casa tomada, de Julio
Cortázar, comienza a invadir a Paul. “Inservible”, no consigue empleo, su mujer
lo desprecia progresivamente. ¿Cómo puede un hombre mantener su identidad y
autoestima cuando todo por lo que luchó lo rechaza y desdeña? Cuanto más
dinero va teniendo Marie, más desplaza al marido de su vida.
La protagonista es poseída por su nueva
vida: tiene un amorío con un joven francés informante de los nazis, los abortos comienzan a ser un
negocio, cambia de casa, alquila la habitación de sus hijos para que las
prostitutas se encuentren con sus clientes, vuelve a encontrarse con la idea de
ser cantante y audiciona para ello. Marie es una mujer libre en un país ocupado
por el enemigo, progresa económicamente en una Francia devastada por la guerra,
se siente feliz en una sociedad humillada. La hipocresía moral y la injusticia
de los hombres del poder, le harán pagar las consecuencias de su rebeldía.
¿Qué significa la condena de esta mujer en un
mundo donde la verdad es sacrificada en el altar de la conveniencia política y
social? ¿Es Marie una víctima de la injusticia o una mártir de las
circunstancias?
Ella representará para la
Francia colaboracionista y derrotada todo lo que no puede ser una mujer, todo
lo que no debe hacer un francés. Mientras, detrás de las paredes en las que
está encerrada —al fin y al cabo, por ayudar a mujeres desesperadas a decidir
sobre sus cuerpos—, el gobierno de Vichy persigue a las fuerzas de la Resistencia
francesa y a los judíos franceses e implanta políticas restrictivas.
En última instancia, al ver a
Marie, y a los demás personajes controversiales, a través de la mirada
cinematográfica de Chabrol, nos enfrentamos a preguntas sobre nuestra propia
capacidad para juzgar a otros y para entender las complejidades morales y
éticas de sus decisiones. ¿Podemos realmente condenar a las personas por hacer
lo que pueden para sobrevivir en un mundo que los ha abandonado? ¿O deberíamos
reservar nuestro juicio para aquellos que perpetúan el sufrimiento y la
injusticia en nombre de ideales abstractos de moralidad y pureza?
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