FREAKS
La monstruosidad en Freaks: discutiendo sobre la imagen imperfecta de seres anormales
Por Ricardo Andrade
Si los brazos no saben abrazar, repelen
Enrico
Castelli
Freaks:
la parada de los monstruos, dirigida
por Tod Browning en el año 1932, es ahora una película de culto. Rescatada del
olvido burgués, en la actualidad se le ha reconocido su valor subversivo desde
una época en que lo que se esperaba del cine era conformidad y encauce moral.
Caracterizar el fenómeno corporal en
una película que engloba diversas deformidades, solo es posible realizarlo
desde un punto de vista estético e interpretativo. Lo que observamos y que
punza nuestros contornos son retazos y ensayos de seres humanos,
acechando el margen de la pantalla cinematográfica, como si se fueran a escapar
para atacar nuestras normalidades. El filme nos muestra el espectáculo que
ocurre tras bambalinas, el de dentro, el de la cotidianidad de estos seres
imperfectos: un espectáculo monstruoso y atemorizante.
Según el antropólogo y sociólogo
francés, David Le Breton, quien en su obra La
sociología del cuerpo traza las principales cuestiones acerca del cuerpo en
la modernidad, nuestro diálogo social, y por consiguiente, nuestro producto
como seres en sociedad, es enfatizado
y definido por nuestro cuerpo: “En lugar de hacer de la corporeidad un efecto
de la condición social del hombre, este pensamiento hace de la condición social
el producto directo de su cuerpo” (17). A diferencia del pensamiento de Marx o
Engels, quienes consideraban la calidad
corporal como consecuencia de los
trastornos y abusos sociales, Le Breton dice que el asunto es al revés: el
cuerpo sería la fachada de un edificio que, mientras más cálido en su entrada o
no, nos permitiría entrar en comunidad. El cuerpo nos marcaría, como un
estigma: somos, por ende, producto de nuestra propia materialidad.
Tomando en cuenta lo establecido por Le
Breton, la pregunta es inmediata: ¿cuál es el valor social de un mutilado?, ¿su
sustancia corporal alcanza a constituirse positivamente como un producto
adecuado para vivir en sociedad? Interrogantes que abren la problematización a
variadas aristas ―o extremidades― a analizar. Don Prince Radian, uno de los
personajes más llamativos de la película, también denominado ‘el torso humano’,
¿tendrá su cuerpo algún valor social? Si el cuerpo es el primer contacto y estigmatiza
la existencia de los individuos dentro de su ambiente social, Prince y su
cuerpo a la mitad poseerían poco o nada de valor. Por consiguiente, el
surgimiento de mundos aparte, atípicos a los convencionales, se vuelve
absolutamente necesario, a propósito de entrar en una dinámica social que la
sociedad imperante al parecer no está dispuesta a ofrecerles: grupos homogéneos
y marginales, conformado por los monstruos y los anormales, los raros y los
desalmados, que les otorgue el valor que su materialidad no les alcanzó a
suministrarles ipso facto. Si la sociedad como mecanismo de poder y extorsión
no es capaz de considerar más que retazos a seres deformes, es absolutamente
entendible la conformación de grupos periféricos. Y por ende también su código
de honor tan ajustado y caballeresco.
Freaks
entonces, daría a conocer la organización social entre seres que viven en
comunidad: la del mundo circense, pero no en su calidad de show comercial, sino
que en su manifestación tras bambalinas: la que ocurre detrás del escenario. Es
en ese lugar donde conforman un grupo basado en la unión, el respeto y por
sobre todo, en la fidelidad innata que se mantienen entre ellos.
Aquellos sujetos excluidos
definitivamente son más cuerpo que mente. Por sobre otro tipo de
consideraciones morales o éticas, la función que cumple el cuerpo en la
sociedad es radical: o perteneces o te marchas. El cuerpo de los monstruos es
constituido entonces, como un cuerpo al límite, negativizado y horripilante. En
el capítulo 8 titulado El cuerpo inhumano,
de Jean-Jacques Courtine, incluido en la obra Historia del cuerpo (vol.1) se dice
que “el monstruo se comparaba con la bestia […] encarnaba el fracaso de la
creación” (360). El monstruo vendría a ser presagio de males: prodigio de acontecimientos
diabólicos. Seductor resultaría el cruce que es posible realizar gracias a la
etimología del término.
Según el diccionario crítico
etimológico de Joan Corominas, la palabra monstruo
data de 1607 (antes mostro: 1250). El
término mostrar en latín se traduce
como monstrare y posee el valor de
‘mostrar, indicar, advertir, enseñar’. Monstrare
es derivado de monstrum ‘prodigio’,
que a su vez parece serlo de monere
‘avisar’. Lo previo es una consideración significativa ya que plantea que monstrum (que en latín es ‘prodigio’ y
del cual derivó nuestro monstruo
actual) precede a monstrare que
significa ‘mostrar’. En la película es eso lo que realiza el director:
mostrarnos monstruos en la pantalla cinematográfica como si esa fuese la
obligación por haber nacido incompleto. Browning nos enseña, nos muestra
directamente, sin ningún tipo de mediación ―maquillajes o efectos especiales― a
personas deformes y mutiladas en su diario vivir. En primeros planos, somos
espectadores, durante largos momentos, de diversa cantidad de freaks con el fin de incomodar(nos), de
molestar(nos). El valor del mostrar
que se da en la película es aún más ‘verdadero’ ya que nos enseña a los freaks en su estado habitual: es su vida
cotidiana.
Entonces, habría un juego interesantísimo
entre el derivado de monstrum que es
mostrar, exhibir. ¿Es necesario ―y me planteo la pregunta― tener que
obligadamente mostrar a los monstruos? Sin duda que, si nos vamos al étimo, sí,
hay que exhibirlos. De ahí los circos como manifestaciones, de ese
revelamiento. No habría monstruos sin imágenes. Además, es posible realizar una
valoración entre prodigio y avisar, ambas palabras vinculadas a
monstruo. Así, la consideración de que los monstruos venían con la impronta de
ser “un apoyo temido del diablo o un enviado milagroso de Dios, funesto
presagio de su ira” (361), por lo que se tendría que comunicar: el cuerpo
monstruoso tiene que ser mostrado y además avisado a la población.
La figura del monstruo se construiría como
un enigma; aquella “presencia repentina, exposición imprevista, una
alteración perceptiva intensa, una suspensión temblorosa de la mirada y del
lenguaje, una cosa irrepresentable” (367). Es el vértigo, cuando no sabemos a
qué aferrarnos. En su texto De lo
demoniaco en el arte, Enrico Castelli dice que lo monstruoso no puede
rechazarse: “siempre se puede repeler la lujuria o la gula. ¿Cómo rechazar en
cambio, lo que no posee consistencia ni naturaleza humana, por más prepotente
que sea?” (13).
Bibliografía
Castelli,
Enrico (1963) De lo demoníaco en el arte.
Santiago: Universidad de Chile.
Courtine,
Jean Jacques (2005) “El cuerpo inhumano”. En Historia del cuerpo (v.1). Madrid: Taurus.
Le
Breton, David (2002) La sociología del
cuerpo. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión.
Filmografía
Browning,
Tod (1932): Freaks.
RICARDO
ANDRADE
Nació
el 19867, en Santiago, Chile. Profesor de Literatura, con magíster en
Literatura de la Universidad de Chile. Ha trabajado en distintos colegios, como
profesor de Lenguaje y Comunicación, docente de academias literarias y de
cursos de poesía y de la relación entre cine y literatura. Diplomado en
Estética y Filosofía y Psicología Jungiana. Además, es astrólogo profesional
CAP-ISAR, egresado del Centro Astrológico de Chile.
Desde
sus inicios profesionales, ha estado vinculado con la escritura. Ha indagado en
poesía, escribiendo Lluvia Dorada, poemario que aún teme publicar. También ha
escrito algunos cuentos que han sido publicados en diversas revistas y
antologías. El ensayo es un género que le parece sumamente interesante, ya que
es una mezcla- muchas veces monstruosa y deforme- de diversos estilos.
Actualmente, se dedica a la docencia de literatura, a la realización de clases
de cine y a la interpretación de cartas astrales. Dentro de sus ámbitos de
estudio, investiga la relación entre arte y astrología, obedeciendo a la
premisa: "como es arriba es abajo y como es abajo es arriba".
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