RIVERBOOM

Escribe Lucio Vellucci

El nombre de la película de Claude Baechtold (2023) es también el nombre de un río en Afganistán. Tres jóvenes recorren el país en el año 2002, un año después del atentado a las Torres Gemelas en Estados Unidos y la consecuente incursión del complejo militar norteamericano en Medio Oriente en la llamada “Guerra contra el terrorismo”.

El nombre del río es la onomatopeya que, absurda o satíricamente, expresa el sonido de las bombas. El río hace “Boom”. Pero es una mirada, claro, y el espectador puede forzar los sentidos desde su propia experiencia, su marco teórico, su propia imaginación. El riesgo es poner en la obra algo que no está allí. ¿Cuál es límite para una interpretación? En todo caso, nunca nuestras miradas buscan la objetividad, ni la reseña desabrida o el apego formal al tedio academicista. Decir es asumir ese riesgo.

El río hace “Boom”, decía, y los chicos afganos sí se bañan dos veces en el mismo río.

A la imagen del Terror construida por la propaganda occidental, Claude, Serge Michel y Paolo Woods le corren el velo de la impostura. Aunque no podrán fotografiar ni filmar mujeres con la cara descubierta, nos muestran los verdaderos rostros de esa falsa otredad que quedan grabados para siempre en sus cámaras. Observamos no la imagen de una persona, sino la identidad y la historia de todo un pueblo. Son los matices de sus rasgos, lo que no esconden sus miradas, las marcas en la piel, en la boca, la alegría a pesar de, las arrugas en la frente: entonces pierden monstruosidad, son cada vez más como nosotros, queda nada de distancia, se rompe la alteridad del odio.

Los preconceptos se desactivan a lo largo de la película. El rodaje limpia los restos de ignorancia y accedemos a una nueva visión del mundo. Los primeros planos de los ojos que nos miran a través del lente de la cámara, los chicos que posan y ríen con una naturalidad reconfortante, el arduo y cauteloso trabajo de un hombre descubriendo las minas a un lado de la ruta, las enormes y coloridas zanahorias recién cosechadas, un vagabundo sentado sobre un pedazo de lo que era un tanque de guerra soviético y que no recibe como limosna dinero falso.

La imagen del Terror se desvanece como tal. Quedan los líderes con nombre y apellido, los responsables directos de la violencia, los grupos terroristas diseminadores de la muerte, los perseguidores del dinero y el poder. ¿Acaso no son, entonces, también como los nuestros? ¿Qué tan Otros son, entonces, distintos a los propios? Sus caras también son grabadas en las breves, brevísimas entrevistas que Claude, Serge y Paolo logran obtener. Pero las caras de estos verdugos no se parecen en nada a los rostros del pueblo.

Riverboom no es un documental bélico, aunque esta historia de tres jóvenes en busca de aventuras está atravesada por las marcas del horror y lo absurdo de la guerra imperialista. El paisaje es ruinoso y vívido, la realidad es violenta y alegre, la aventura es dramática y divertida. Claude, Paolo y Serge van a recorrer gran parte de Afganistán para intentar comprender un pueblo, una cultura, una historia, un conflicto. Cada uno de ellos irá capturando de un modo específico lo que se les presenta, con la sensibilidad particular que irán registrando en fotografías, filmaciones y artículos para periódicos occidentales.

La película aporta una dosis equilibrada de información histórica y geográfica para que el espectador se ubique en el contexto. No se trata, por otra parte, de una arenga demagógica antiyanqui, aunque no deja de ser profundamente crítica no solo del capitalismo norteamericano, sino también de la antigua Unión Soviética y los grupos terroristas que actualmente rivalizan por controlar el poder político y territorial.

Pero hubo y hay otro Afganistán. En Kebul, la capital, la universidad era la más importante de todo medio oriente hasta la llegada al poder de los Talibanes, cuando se prohíbe la educación para las mujeres. El dato es revelador: el 40 por ciento de profesores, hasta entonces, eran mujeres.

Después, la historia es conocida. Un tal Osama Bin Laden, líder de Al Qaeda, responsable del atentado del 11 de septiembre en Nueva York, es buscado por el mismo Estado cuyo servicio de inteligencia y poder financiero apoyó cuando esta organización ni siquiera existía. El monstruo crea la monstruosidad.

Sin embargo, Riverboom es más que esto. Mientras vamos comprendiendo, junto con los protagonistas, un poco más el contexto político, económico y cultural, la historia de los tres jóvenes se cuenta, voz en off, desde el punto de vista de Claude y su cámara. Él mismo se enfrenta a una guerra personal, lucha contra sus miedos, contra los obstáculos que su propia tragedia fue poniendo en su destino.

Atravesado por el dolor constante de la trágica muerte de sus padres en un accidente, sueña cada noche con esas tumbas que lo atemorizan, desde hace años, volviéndolo antes un chico y ahora un joven extremadamente cauteloso, sin el impulso y la osadía que tienen sus dos compañeros de ruta. El humor de la película contrasta con el clima interno de Claude y, sin embargo, su relato no logra ensombrecer la alegría de la aventura y del pueblo afgano.

Ahora, la tormenta es inminente y los autos se estancan en el barro, será imposible cruzar el río si empieza a llover. A pesar de las recomendaciones de los pastores del lugar para que no sigan, ellos deciden continuar en su camioneta.  Serge y Paolo, siempre positivos y dispuestos a asumir los riesgos como parte de una divertida aventura, no quieren retroceder. Claude lucha consigo mismo, en la intimidad de sus pesadillas, contra los fantasmas y miedos que lo paralizan. Entonces, tendrá que dar una última batalla.

Ahí está el Boom, caudaloso, furtivo. Del otro lado está la vida. El río suena incesante, pero no le pertenecen los sonidos de una guerra. Son los estruendos que golpean desde afuera, que explotan en la superficie y se hunden. No le pertenece al agua la onomatopeya de una muerte. En la calma posterior a la tormenta se oirá la música de una esperanza, de un renombramiento del río personal, ese puente que va de una orilla a la otra del propio cuerpo, así, como quien junta la última mina en el campo, como quien se extirpa la última esquirla de miedo.


Comentarios

Entradas populares