DUETO

Escribe Lucio Vellucci

Vimos Dueto, de Edgardo Cozarinsky y Rafael Ferro, en su presentación en el Festival de Mar del Plata, en 2023. La historia de una amistad sobre dos tipos no era una de las primeras opciones. ¿Qué tenían para contar? ¿Qué tenía de particular esa amistad? Dudábamos de que esa historia pudiera mostrarnos algo interesante. Confieso que vimos Dueto por descarte. Nos quedaba bien el horario y la ubicación de la sala. Encajaba justo entre otras dos películas que sí queríamos ver.

Entramos a la sala sin saber demasiado con qué nos íbamos a encontrar. ¿Alguna vez sabemos con qué nos vamos a encontrar? No sé en qué nos basamos para darle nuestra confianza a una obra o a otra. El sistema publicitario hace su trabajo, es cierto, pero hay una gran cuota de azar. Sobre todo, se trata de intuición. Y arriesgar. Claro, si es que no queremos reproducirnos como espectadores en los mismos lugares de siempre.

Al finalizar la película, un señor mayor se presentó en el escenario, no recuerdo si usó bastón, creo que sí. Tenía una remera de Bill Evans, de eso sí que no me olvido. Estaba ahí para responder preguntas del público. La emoción era grande. Yo tenía muchas ganas de preguntarle algo, pero no sabía qué. Además, la certeza de que cualquier cosa que pudiera preguntar iba a ser estúpida. Cuando nos enteramos de la muerte de Cozarinsky supe que lo que hubiera querido decirle, en realidad, es que lo había comprendido, que hay algo inexplicable en esa obra íntima y fuerte que me había tocado profundamente. Pero claro, quién es uno para andar interviniendo con clichés en medio de un Festival Internacional.

Dueto es una historia de amor. Es la historia del puente entre dos soledades. Es la historia de un desencuentro imposible. Es la historia de una tierna proximidad. Un logro importantísimo de esta película es la distancia justa para captar, al mismo tiempo que la sensibilidad de esa amistad entre Edgardo Cozarinsky y Rafael Ferro, la tensión necesaria no para construir una intriga, sino la poética para acercarnos a la intimidad compartida.

Cada uno tiene un pasado. El registro de la cámara deslizándose sobre sus caras parece revelarnos eso. Es el ojo amoroso que indaga sobre la piel del otro. ¿Cómo son las manos de mi amigo? ¿Cuál la textura de su piel? ¿Cuál es la historia de cada arruga sobre su rostro? ¿Qué es lo que sufre en lo que calla?

El dueto es tragicómico. Pueden jugar a ponerse máscaras y payasear. Pueden jugar a la parca. Pueden mostrarnos sus bibliotecas, los rincones del hogar. Pueden hablar de un pasado complejo y difícil. El nivel de exposición personal de los dos actores que actúan de sí mismos es admirable. En Dueto, Cozarinsky y Ferro deciden desnudarse frente a los espectadores; van a contramano de las producciones hegemónicas que promueven la moda de la auto ficción de nosotros mismos.

Por eso es difícil coincidir con las posturas que sostienen que ha habido (y hay todavía) una decadencia en el cine nacional desde hace años. Seamos buenos y distingamos entre aquellas producciones para el entretenimiento masivo, con sus lugares comunes y reproducción de prejuicios a la medida de las nuevas correcciones políticas; y, por otro lado, el cine que busca mover las fibras de sensibilidad que todavía quedan en una cultura que pretende confiarle a los algoritmos la creación de arte. Dueto es un ejemplo de esa estética que seguimos defendiendo de los ataques de los mercaderes al servicio de las plataformas de contenidos para el anestesiamiento global.

En esta película parecieran estar descubriéndose uno a otro. Parecieran estar contándose entre ellos mismos quienes son en la intimidad no compartida. Somos una excusa, los espectadores, para que ellos continúen explorándose mutuamente. El dueto no es una unidad, es un encuentro que armoniza. Tampoco son dos partes iguales, no los une la semejanza, aunque tengan, seguramente mucho en común. Tocan la misma partitura, pero con instrumentos distintos.

Hay una sensación bergmaniana flotando en la obra. Es notable en algunas escenas. O, más bien, en la captura de algunos momentos de esa relación. En las porciones que eligen para comunicarnos cierta esencia de la amistad. Están sentados en el patio. Sin hablar. Quietos. Pareciera que han estado hablando de algo y lo que vemos es la posterior nostalgia. Ellos saben. Acaso es la ineficiencia de las palabras que no sirven para expresar una verdad, no porque no se quiera, sino porque no existen esas verdades bajo la forma de un lenguaje; y caemos, y el silencio cobija los cuerpos que reposan a una distancia que el tiempo (quizá era eso lo que sabían) irá dilatando cuando falte en el mundo el primero de los dos.

Dueto es más que la historia de esa amistad. Es la pregunta por qué pone cada uno de nosotros en la relación de amor, cualquiera sea. ¿Hasta dónde dejamos acceder al otro en uno mismo? ¿Cuál es el límite? Cozarinsky y Ferro están ligados hasta en los fantasmas que habitan en uno y otro. Cada uno tiene los suyos, pero se sientan todos juntos en la mesa compartida. Sin embargo, no deja de asombrar esta historia de amor entre dos personas que, a simple vista, parecen tan diferentes. Solo ese grado de hospitalidad del otro en uno puede romper las distancias para dejarse penetrar hasta disolver las apariencias. Porque más allá de la existencia personal, no caben dudas de que esta historia de vida compartida se trata de un hecho artístico consumado. El amor es un arte, como decía Erich Fromm. El dueto Cozarinsky-Ferro es un hecho estético, y celebramos la valentía que registra este documental sobre la construcción artística de esa amistad.

Dueto no es una obra imprescindible, pero sí es una obra necesaria. Frente a la fugacidad de la cultura contemporánea, la vorágine impuesta por los modelos del éxito, la evolución hacia un mundo en que se pretende la prescindibilidad del humano, su recambio por las nuevas inteligencias monotonizadoras de la vida, esta obra es un contrapunto. La reivindicamos porque es una historia, también, que aborda la necesidad auténtica del otro; ese ser irreemplazable, que no soy yo y me constituye, que deja su huella hasta en los objetos del hogar, que me invade hasta con su ausencia.

La muerte estaba anunciada en la obra. Al menos sugerida. Ferro corre por una calle, solo, angustiado. ¿Qué busca? ¿A quién busca? El dueto se ha roto. Como cada historia de amor, al final, uno de los dos se queda solo. ¿Y qué se lleva el otro de uno? ¿En qué rincones de la intimidad se ausenta? ¿Qué pedazo nuestro arrastra el otro hacia su nada? Dueto es la obra que inmortaliza la historia de una amistad. Un último legado del director y escritor argentino, Edgardo Cozarinsky.

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