EL ENTENADO

DE LA LITERATURA  AL TEATRO

Por Lucio Vellucci

Una obra de teatro que lleva el nombre de una de las novelas más importantes de nuestra literatura genera, tan solo por eso, una enorme expectativa. Lo que no podemos dejar de preguntarnos es de qué manera una obra como la de Juan José Saer puede ser llevada al teatro. En la previa no podemos imaginarnos qué serie de recortes, procedimientos, enfoques se utilizarán para crear algo nuevo de lo ya existente. La versión libre de El entenado, de Irina Alonso, en el Teatro Regio, nos genera una enorme intriga. El riesgo es alto. La prensa hegemónica, como es su costumbre, ayuda a inflar esa expectativa con un corpus de adjetivaciones que, en principio, despierta algunas sospechas.

Consideramos, primero, un posible problema. La literatura de Saer es visual (al menos como hipótesis podría aceptarse este rasgo al que, de todas maneras, no es reductible la totalidad de su obra). Su potencia está en la precisión con que construye el efecto óptico, en la percepción ocular que crea la prosa. Si es una escritura escénica lo es por el hecho de que precisamente no narra con imágenes, sino con palabras. Construye una atmósfera, sensaciones y texturas a partir de un lenguaje que es el lenguaje de las palabras.

Podríamos decir, por ejemplo, que hay algo de cinematográfico en la obra de Saer, en el sentido de que pareciera detenerse, con mucha paciencia, en el registro de los detalles que una visión minimalista, apurada, pasaría por alto.

Ahora bien, si con la trama de la obra se pretende, al mismo tiempo, en el pasaje a un otro lenguaje, conservar el efecto conmovedor de su propia estética –es decir, la fuerza poética– surge el posible inconveniente de la explicitación visual de lo que en la prosa literaria está siendo un proceso artesanal de ocultamiento y des-ocultamiento. Un riesgo puede ser mostrar demasiado, teniendo en cuenta que, siempre la realidad observada desde la escritura saeriana lo es desde un ángulo, un rincón; es la mirada de quien observa en detalle pero como asomándose al mundo. 

¿Cómo producir en el escenario una perspectiva? ¿Cómo trasladar al teatro esa distancia necesaria para que se pueda contar la historia? El "estilo" Saer tiene sentido precisamente porque trabaja con palabras, no con imágenes. La literalidad de lo mostrado en el escenario podría tornar obsceno lo solo concebible como verosímil a través de una distancia narrativa. El efecto de verdad es logrado a partir de un des-acercamiento propio de la poética saeriana que nos remite a la época de la conquista, que nos acerca el aura de una época, ese “entretejido muy especial de espacio y tiempo”, como decía W. Benjamin.

Pero hablar de "estilo" (y por eso las comillas), puede sugerir la idea de algo así como un arropamiento formal. Lo saeriano, en Saer, es mucho más que una vestidura estilística. Por otra parte, digamos, no se trata de una obra dialogal. Más bien pareciera estar hecha precisamente para no traducirse a otro lenguaje. Estos problemas estéticos no surgirían, seguramente, al llevar al teatro una obra como la de Manuel Puig, por ejemplo.

La pregunta que tendríamos que hacernos, entonces, es qué es lo teatralizable en la obra de Juan José Saer. Si aceptamos, como dice Jorge Dubatti, que el teatro implica un uso metafórico de la teatralidad, nos preguntamos cuál es la organización de la mirada de El entenado en función de un sentido poiético nuevo.

La propuesta de Irina Alonso resuelve este problema a partir de la incorporación de una compañía teatral que representa ante el público la historia real del entenado. Un teatro adentro del teatro. Se representa que se representa. Una metáfora de la metáfora. La historia solo puede contarse como una ficción. Ese es el efecto Saer, es la sensación espesa de alejamiento de la realidad cada vez que nos queremos acercar a ella. Cuanto más avanzamos hacia los hechos reales, cuanto más buscamos traer la realidad de lo acontecido, abordar esa realidad con el lenguaje, más se nos aleja.

Tenemos que preguntarnos, también, qué no es posible trasladar de El entenado a la experiencia cara a cara de los actores con los espectadores. O deberíamos decir, experiencia cómplice de máscara a máscara. ¿Es representable en el escenario el desborde orgiástico y caníbal? Solo puede hacerlo una compañía teatral, un poco clownesca, sin tomar demasiado en serio el hecho, ridiculizando, en cierto sentido, el hecho aberrante, el breve tránsito de liminalidad colectiva. Pablo Finamore, Iride Mockert y Anibal Gulluni, representan a los actores de la compañía que, a su vez, actuarán de soldados e indios.

La incorporación del lenguaje musical en la obra, sin dudas, es otro acierto. Es precisamente allí donde se juega la expresión de una verdad que solo puede ser dicha en otra clave. Es bello y desgarrador el momento en que los tres, alternativamente, cantan y corporizan, de ese modo, el discurso que no puede traducirse de otra manera. Momento cúlmine de no literatura que rinde homenaje al texto.

Claudio Martínez Bel es el entenado que cuenta su propia historia. El hombre que ha vivido, dice, diez años entre los indios, sobreviviendo con ellos, comprendiendo que aquel terror primitivo era el mismo que el suyo, narra su testimonio, le pone la voz al personaje de Juan José Saer. Mira al público, quiere acercarle a estos invitados de 1570, la excursión de Juan Díaz de Solís, la captura, la soledad, sus años en tierras inhóspitas, entre aquella gente.

Entre las butacas nos dejamos convencer. No somos nosotros en 2024, en el Teatro Regio, en la Avenida Córdoba, en la ciudad de Buenos Aires. Actuamos de espectadores de aquel 1570, en España. Para eso hemos venido, para eso hemos recorrido los noventa kilómetros. Porque al teatro hay que ponerle el cuerpo. No solo los actores, también nosotros, los espectadores. Es un compromiso. Esperamos que este par de mirones desde la alcantarilla haya podido dar una agradable función. Hicimos nuestro mayor esfuerzo. Fuimos los mejores espectadores que pudimos.


Ficha técnica

Coordinación de producción Daniela Cristóbal 
Producción técnica Mariano Fernández 
Coordinación técnica de escenario Agustín Rodríguez, Sayi Soraya Adrian
Música y diseño sonoro Aníbal Gulluni
Coreografía y diseño de movimiento Damián Malvacio
Diseño de iluminación Santiago Badillo
Diseño de vestuario Magda Banach
Asistencia de vestuario Verónica Torres
Diseño de escenografía Cecilia Zuvialde
Asistencia de escenografía Lara Stilstein Costaguta
Dirección Irina Alonso 

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