EL TRUENO ENTRE LAS HOJAS

Escribe Lucio Vellucci

No evitaremos la mención introductoria de la experiencia del lector con la literatura, ni del contexto significativo, amoroso y feliz, mediante el cual se produce el encuentro con un libro.

La crítica literaria quizá no deba carecer de ciertos rasgos de la crónica. Se mira desde una posición. Se mira desde un lugar específico. Se lee desde una mirada ya narrada por las complejas tramas que fueron logrando a lo largo de su historia un modo de ubicarse frente al texto. Pero también, antes, por la forma en que un simple ciudadano entra a una librería de usados en avenida Corrientes, se hace espacio a los codazos entre los competidores que hurgan entre los estantes, despliega toda su estrategia corporal, su táctica calculada para acomodarse mejor, de a poco, delante de las bibliotecas en las que, sabe, está lo bueno. Así, toqueteando, revolviendo, afianzándose en el sector de literatura latinoamericana, se llega, también por azar, por supuesto, a El trueno entre las hojas, de Augusto Roa Bastos.

Esta lectura tiene el olor del papel añejo. Es intrínseca a la crítica la textura áspera de las páginas, el color del borde del lomo raspado, las huellas invisibles de manos anteriores a las que pertenecieron y la certeza de que otras podrían haber llegado antes al ejemplar. No es ajeno, incluso, el precio dibujado con lápiz en la primera página.

Los relatos que componen esta obra son de un realismo no mágico. Cada uno de ellos cuenta una porción de la verdad del pueblo, de las injusticias sufridas en un territorio en permanente disputa. La miseria, claro está, no es la condición natural de un espacio en que viven indígenas, criollos e inmigrantes, obreros y grandes empresarios, campesinos y terratenientes; las distintas formas de esclavismo son las causas que explican esa miseria retratada sin folclorismo, pero con un enorme sentido crítico de la realidad social de Paraguay. Al mismo tiempo, es la historia de un pueblo cuya identidad perdura a través de sus múltiples rebeldías.

El trueno entre las hojas es otro testimonio de Roa Bastos de la memoria viva de una cultura riquísima. Para conocerla y disfrutarla es necesario adentrarse en el monte, atravesar la aspereza de un clima que a priori no nos invita, buscar el oro más allá del pantano, dejarse morder la carne por los insectos. Las historias parecen ser ajenas una de otras; sin embargo, todas son parte de una misma realidad, como personajes de una gran novela, que es la novela inacabable sobre Paraguay, su gente, sus pesares y miserias, luchas y esperanzas.

Un hilo conductor ata el principio y el final de la obra que va desde Los carpincheros hasta El trueno entre las hojas. El primero, una niña asombrada ante el espectáculo de un grupo de hombres y mujeres que viven en el agua, que “producían la sensación de andar sobre el agua entre los islotes de fuego”, la ilusión de una vida distinta, la imagen de la libertad real fluyendo como la corriente del río. El último, la historia de un grupo de hombres que, hartos de torturas y explotación en el ingenio azucarero, deciden rebelarse; protagonizada por Solano Rojas, el hombre “que tenía metido adentro, en su corazón indomable, un luchador, un rebelde que odiaba la injusticia”. Entre estos dos relatos, el despliegue de la flora y fauna paraguaya, la musicalidad del guaraní, el canto del río, el registro preciso de la oralidad popular, la composición de imágenes que se despliegan en las páginas. Roa Bastos refleja en cada texto la hostilidad de la naturaleza y la caricia del contacto humano, y viceversa.

Los temas de los relatos varían y la unidad integral no cae en la monotonía argumental. La reiteración de la estructura de muchos relatos no implica una repetitividad que desmejora la calidad de la obra: no resulta abusiva la ruptura de la temporalidad en la que, iniciado el relato con el punto de conflicto, el desarrollo del mismo nos remonta hacia el pasado en el que recuperamos la historia que culmina en el desenlace actual. Es la estructura, por ejemplo, de Cigarrillos máuser, que estará presente en todos, o casi todos, los relatos que componen esta obra.

Cabe mencionar, por otra parte, una característica notable en la prosa de Roa Bastos. Se trata de la amplitud léxica, la amplitud terminológica de un autor que abre el idioma. El lenguaje se hace flexible y la economía del lenguaje es posible sólo a partir de un corpus idiomático que pone a disposición del narrador la palabra justa en el momento indicado. Se evita, de ese modo, la torpeza de merodear inútilmente sobre la imagen que sólo alcanza su eficacia a partir de una gramática precisa.

Los textos de este autor son un ejemplo claro de que no se puede pensar bien si no se lee y escribe bien; es decir, la construcción psicológica de los personajes, tanto como el acercamiento del paisaje y la exactitud con que se despliega el drama de cada uno, no pueden ser vivenciados por el lector si no hay un trabajo artístico con el lenguaje. Pero no estamos hablando de un conocimiento erudito, sino de la sólo aparente facilidad con que se construye el relato. Sólo pueden escribirse con tanta profundidad la complejidad de los sentimientos y contradicciones humanas a partir de una plasticidad idiomática como la de Roa Bastos.

Ilustración de Juan Moreno de los carpincheros.

De allí, por el contrario, podríamos sugerir que el empobrecimiento del lenguaje, el aminoramiento del caudal terminológico evidente en los discursos mediáticos pero también en la literatura simplificada, de “lectura fácil” (y, llamativamente, muchas veces premiada), está directamente vinculada al deterioro de nuestras exigencias como lectores y posibilidades de pensar mejor. Encontramos serios ejemplos en la literatura actual en la que el coloquialismo festejado reproduce las formas rudimentarias del habla. En el afán de empatizar con la masa, la literatura corre el riesgo de ponerse a merced de la colonización del lenguaje para la servidumbre cognitiva. Cuando el lenguaje popular se parece a los formatos impuestos desde los medios hegemónicos pierde identidad, la voz del pueblo se disuelve en el tono uniforme que expresa la dominación globalizada. La estandarización del lenguaje mediante la producción algorítmica de discursos es, en este sentido, un paso más hacia la precarización del pensamiento y la represión de la diversidad dialectal. El peligro, sin embargo, es caer en la tentación de forzarnos a nosotros mismos a disfrutar de una literatura que se parece demasiado a la que puede componer una máquina a partir de una base de datos.

Roa Bastos hunde su prosa en el habla popular, pero no para despojarse de un compromiso poético, sino, precisamente, siguiendo la tradición rulfiana, para embellecer el lenguaje, que no es otra cosa que la música compartida de un pueblo. Hablamos de la diferencia entre un realismo pornográfico transparentado en la lengua y, por otro lado, de un erotismo realista para pensar mejor, y gozar mejor.

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