SALTO AL VACÍO

Escribe Rocío Vélez

Salto al vacío (Italia, 1980) es un largometraje dirigido por Marco Bellocchio. En este filme Mauro Ponticelli (Michel Piccoli), un juez italiano, se enfrenta a la tragedia de una mujer que se tiró por la ventana. Este suceso, aparentemente cotidiano en su oficio, desencadena en él infinidad de reflexiones, especialmente al escuchar los mensajes que un hombre dejó en la contestadora de la mujer. 

¿Quién es ese hombre del otro lado del tubo que, sin ningún escrúpulo, le dijo que se matara? ¿Es posible que la voluntad de un ser humano sea tan maleable ante la sugestión de otro? ¿Cuál es la fuerza de las palabras? El suicidio, la muerte y otros interrogantes darán vuelta por la cabeza del juez. 

En casa, Marta (Anouk Aimée) espera a Mauro. Una mujer a primera vista irascible e histérica. Sin embargo, poco a poco, vamos conociéndola, comprendiéndola y hasta llegamos a dudar de la locura que le adjudican sus hermanos. ¿Es realmente una mujer loca, o acaso su locura es la sombra de la represión que Mauro proyecta sobre ella? Él es rígido, controlado, y su “orden” afecta todo a su alrededor, creando un espacio asfixiante. Ella, por el contrario, de vez en cuando se desborda: habla sola, grita, tira cosas por la ventana. 

Esta relación se complicará con la llegada de Giovanni (Michele Placido), el hombre detrás de la voz telefónica, un bohemio que se dedica al arte, más específicamente al teatro. Este personaje representa el polo opuesto de Mauro: mientras él encarna la represión, la institución la ley y el orden; Giovanni es la libertad, el libertinaje, el goce y la rebeldía. Aunque este personaje tiene un prontuario policial —acusado de "robar" al pedir dinero que no podía devolver debido al fracaso de sus espectáculos teatrales, y de exhibicionismo, entre otras infracciones—, para Giovanni estas no son complicaciones, sino simplemente parte de su forma de ser y de vivir al margen. La obsesión de Mauro con Giovanni refleja un lado de la personalidad que Mauro reprime en él y busca que todos repriman, pero que, a su vez, lo atrae. Giovanni no es solo un artista bohemio; es la encarnación de la idea de otra vida posible, donde las normas no son una verdad absoluta. Los interrogantes atraviesan a Mauro ¿Cómo es que un hombre puede vivir así? ¿Por qué no está preso o muerto con su prontuario? 

En la casa de los protagonistas también está Anna (Gisella Burinato), quien se encarga de las tareas domésticas más duras (las que no realiza Marta) y es madre de un niño pequeño al que Mauro desprecia. Inicialmente, el niño solo puede jugar en la escalera, un espacio periférico que da muestra de cierta exclusión, la rigidez de Mauro y el control en el que se encuentra atrapado el ambiente de la casa. Por otro lado, Marta observa a Anna y al niño desde una distancia ambivalente, como si esa complicidad entre la madre y el hijo le resultara tan curiosa como dolorosa. No es solo una incomodidad superficial; seguramente trae recuerdos, tal vez de lo que ella misma perdió o de lo que podría haber tenido. Sin embargo, a medida que Marta comienza a relacionarse más con Giovanni, algo en ella cambia: se distancia de la represión de Mauro, y su vínculo con Anna y el niño se transforma positivamente. Este cambio no es solo emocional, sino espacial: el niño empieza a ocupar otros lugares de la casa, desdibujando la línea de control y enfureciendo a quien comienza a sentirse invisible. 

Por la noche, en la gran casa de los Ponticelli, Bellocchio da lugar al plano de lo onírico. Al apoyar Marta o Mauro la cabeza en la almohada, salen sus versiones infantiles a habitar las habitaciones en penumbras. Los vemos entrar a los espacios del hogar en donde surgen los recuerdos de un joven pariente que volvió de la guerra trastornado, que se quiere suicidar, quiere denunciar personas, etc. En ese pasado, mientras Mauro y los otros hermanos eran niños, que vivían inmersos en un clima de locura, Marta, que era una jovencita, debía enfrentarse a los mandatos de género y época, debía cuidar al “enfermo”, al loco. Hacerse cargo de su rol.

La voz de Giovanni en el teléfono sigue dando vueltas en la mente de Mauro, tan solo palabras, pero que funcionaron como acto de habla, porque su intención fue clara y poderosa: la de incitar, de dar una orden sutil que la víctima pareció obedecer. Las palabras no solo describen o informan; son en sí mismas acciones que despliegan consecuencias directas en la mente de quien escucha. Es el “hacelo” disfrazado de insinuación, un acto perlocutivo que no se limita al significado literal, sino que desencadena una secuencia de pensamientos y emociones tanto en quien oyó y se tiró por la ventana, como en Mauro, quien queda obsesionado, al punto de verse tentado a forzar el destino y repetir el ciclo con su propia hermana.

La tensión y la oscuridad que rigen la relación entre Mauro y Marta rozan lo enfermizo, y mientras Marta empieza a relacionarse fuertemente con Giovanni y el mundo artístico, experimenta un despertar que desestabiliza aún más a Mauro. Ella ya no espera a su hermano para comer, empieza a maquillarse, sale y, de alguna manera, empieza a vivir. Y Mauro, ¿qué hace él? ¿sigue siendo importante? ¿sigue existiendo? Los celos y la obsesión lo invaden.

Mauro toca fondo cuando descubre que Marta ha empeñado unas joyas para darle dinero a Giovanni. Entonces, ya no le importa tanto la estabilidad emocional de su hermana; le preocupa su patrimonio. En ese momento, su obsesión por el control lo lleva a avanzar con el caso del suicidio inicial, intentando que Giovanni sea encarcelado. Aquí, Bellocchio expone la naturaleza instrumental del poder: Giovanni puede existir mientras sea inofensivo, pero cuando amenaza el statu quo, se convierte en un peligro que debe ser eliminado.

Giovanni decide huir, sin embargo, su paso por la vida de Marta dejará una huella importante. Ella ahora sabe que puede sentir otras cosas, que hay otra vida detrás de la puerta de su casa y que todavía está a tiempo de vivirla, que todo estuvo siempre permitido afuera. Que el mundo no empieza ni termina en donde su rol social le dicta.

A su vez, también marcará la vida de Mauro, con una gran escena teatral que provocará la caída final de este personaje, que deja en claro que era el más frágil de los dos hermanos. Que lo llevará a saltar al vacío.

Podemos pensar que Bellocchio utiliza a Mauro y Marta para mostrar la represión personal y social que todavía invade a la sociedad italiana. Mauro representa el orden y la autoridad, pero su carácter rígido y austero refleja una estructura interior inquebrantable que lo ata a una Italia fascista y a los mandatos de su infancia. Marta, por otra parte, es el lado “vulnerable” y reprimido de esta estructura. La inclusión del personaje de Giovanni aporta un quiebre en esta estructura. Él simboliza lo que el régimen, y por extensión Mauro, intenta contener o reprimir: la libertad, el hedonismo y la expresión artística. Giovanni no solo representa un peligro moral y financiero para Mauro, sino que también es la encarnación de una posibilidad alternativa de vida, en la que la represión no tiene lugar. Bellocchio utiliza a Giovanni para reflejar una subversión que inquieta y amenaza el frágil equilibrio de Mauro. El frágil equilibrio en el que siempre se encuentra “el poder”. 


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