DAHOMEY

 Escribe Rocío Vélez

Hablar de colonialismo es hablar de una de las mayores heridas que atraviesa a la historia de los pueblos. Desde los primeros viajes de “exploración” hasta los proyectos imperialistas del siglo XIX, la relación entre conquistadores y conquistados ha sido mucho más que una disputa por los territorios: fue, entre otras cosas, la imposición de una cosmovisión sobre otra. 

La conquista fue el acto inicial, violento, que sometió a los pueblos a través de la fuerza militar. Pero el colonialismo es el proyecto que permaneció, el sistema que, además, intentó transformar la vida cotidiana, el pensamiento, las lenguas y las tradiciones de los sometidos. No se trató solo de dominar, sino de arrancar de raíz, de moldear culturas enteras a imagen y semejanza de los colonizadores. 

En 1892 el Reino de Dahomey fue invadido por Francia, lo que resultó en miles de muertos y el saqueo de más de 7000 tesoros, que hasta el día de hoy están fuera de su tierra. Desde entonces, estos objetos fueron “preservados” en museos etnográficos. 

En noviembre de 2021, a partir de acuerdos diplomáticos, 26 de esos objetos abandonaron las salas y los oscuros depósitos en donde estaban en el Museo du quai Branly y cruzaron nuevamente el mar para reencontrarse con ese otro mundo que, 129 años atrás, era el suyo. El antiguo reino de Dahomey hoy es Benín. En el regreso ¿Quiénes esperarán allí el arribo de los tesoros? ¿Será todo igual? ¿Quiénes son los hijos de aquellos habitantes que, a través de esas piezas, buscaban darle un sentido a su mundo? ¿Qué sentido tendrán ahora estos objetos para los descendientes del reino que resistió a la opresión del imperialismo y qué significados nuevos podrán imaginarles? ¿Será el sol el primero en rasgar la madera que los cubre, el primero en reencontrarse con la historia negada?

Mati Diop, cineasta franco-senegalesa, filmará el proceso de restitución, el reencuentro, a través de una mixtura en donde lo fantástico —humanización de objetos inanimados— y lo documental —la restitución cultural, el testimonio colectivo— se entrelazarán para formar una homogeneidad narrativa, necesaria, para poner en debate los problemas de la identidad y el colonialismo.

El cine, entendido como un dispositivo cultural, tiene la capacidad de romper con los silencios de la historia. En Dahomey, el uso de la oscuridad en las escenas, la superposición de voces, entre otros recursos, crean un espacio en el que lo que vemos se transforma en una experiencia sensorial que intenta ir más allá del conocimiento de la historia.

Una voz en off, la del objeto nº 26, un tesoro que tenía un gran valor simbólico para el pueblo de Dahomey, narrará una parte de la historia, la suya, la de todos los condenados a la oscuridad de una sala extranjera, e interpela con la pregunta: “¿No conocen mi nombre?”. Esta voz es una especie de representación sobrenatural del Rey Ghezo, quien gobernó Dahomey en su época de esplendor. 

A través de esta decisión, Diop logra permitir que el espectador no solo observe, sino que sienta el peso de un pasado mutilado.

La combinación de elementos no responde únicamente a una decisión estética, sino a una herramienta que pretende reforzar el discurso político de la obra. La experiencia de “ser” un objeto saqueado, de habitar su silencio, trasciende las limitaciones del documental tradicional.

Por otro lado, el saqueo que sufrió Dahomey no fue un acto aislado, sino una manifestación sistemática del colonialismo como forma de perpetuar el etnocidio. Cada escultura de reyes, cada representación de las amazonas que defendieron el reino, cada artefacto de la vida cotidiana arrancado de su contexto es una pieza que podría haber tejido una memoria colectiva y reforzado las raíces culturales de generaciones futuras. Sin embargo, al robarse estos objetos y traducirlos al lenguaje de la museología europea, no solo los separaron físicamente de sus comunidades, sino que fueron arrancados de su contexto cultural y simbólico, perdiendo su significado original para ser recontextualizados como “arte primitivo” dentro de la narrativa eurocéntrica. ¿Reconocerá el pueblo de Benín, en esas obras que vuelven, las manos de sus abuelos o bisabuelos?

Un informe elaborado por Bénédicte Savoy y Felwine plantea que del 90 al 95 por ciento del patrimonio cultural de África se conserva fuera del continente, en museos europeos. Solamente en Francia hay colecciones nacionales que contienen noventa mil objetos de África subsahariana, de los cuales setenta mil están dentro del Museo de Quai Branly – Jacques Chirac, ¿Cuántos sabemos de todo el oro y las riquezas de nuestras tierras que se llevaron los “conquistadores” españoles? 

El etnocidio fue efectivo, pero no será eterno. El regreso de los 26 tesoros no implica solamente una decisión política, es también volver los ojos a un pasado que constituye la identidad de un pueblo. Un pueblo que intentaron cambiar y doblegar, pero que de todas maneras está ahí, viendo las formas de un pasado suspendido, recibiéndolo con los bailes tradicionales que no pudieron suprimir, volviendo a sentir la cadencia de una lengua que todavía quiere ser hablada.

Posteriormente, Diop documenta un debate en una universidad de Benín sobre la significación política, histórica y cultural del retorno de estas piezas. Las nuevas generaciones discuten sobre lo que representa la devolución de una mínima fracción del patrimonio cultural: una victoria parcial. Quedará en las manos de quienes debaten lograr ir más allá en este proceso de recuperación y reconocimiento de un pasado, todavía, desconocido. Un estudiante resume la magnitud del despojo con una frase: “Lo que en realidad saquearon no fueron tesoros, sino el alma del pueblo”.

Pero el saqueo del reino no se limitó al robo de objetos materiales. Las lenguas originarias de Dahomey, que en otro tiempo estructuraron la cosmovisión de su pueblo, son ahora casi inexistentes. El francés, impuesto como lengua oficial, funciona como evidencia del etnocidio cultural. Las palabras fueron silenciadas, y con ellas se perdió la capacidad de nombrar al mundo desde la propia mirada. ¿Cuántos de nosotros conocemos las lenguas que supo escuchar antes nuestra tierra? 

La obra de Mati Diop aparece para que volvamos a pensar(nos), que seamos conscientes de que la memoria no es inmutable; es una construcción constante, un proceso de resistencia ante el olvido impuesto. En esta decisión de filmar, de devolver la mirada a los objetos saqueados, hay una invitación al espectador: recuperar lo perdido, desafiar el silencio, recuperar las raíces culturales y, sobre todo, reconocer en el presente las cicatrices del pasado.

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