PARADISO


La novela del poeta cubano, José Lezama Lima, narra la historia de José Cemí, personaje inspirado en el mismo autor, y que le da a la obra ese carácter autobiográfico, sólo en parte, porque el punto de partida de la historia estrictamente personal no puede contener la fuerza de una imaginación que desborda las posibilidades de modificar los hechos, inventar desenlaces, corregir los matices de un destino.
La prosa por momentos extremadamente críptica requiere un esfuerzo de concentración poco común, lo que ubica a Paradiso en la tradición de Marcel Proust, por esa agudísima reflexión sobre el pasado de un sí mismo observado desde el extrañamiento de un presente, pero también en la tradición de James Joyce, por la dificultad de una lectura que obliga al esfuerzo para desmenuzar las páginas de un mundo interior que se sumerge más allá de los límites de la consciencia.
Lezama Lima recupera el legado de aquellas vanguardias de principios de siglo XX para un arte que no pretende ser para todos, pero que tampoco busca la exclusión de nadie. En todo caso, se trata de un aristocratismo que reclama el derecho a renunciar a la vulgaridad de una literatura fácilmente asequible, el rechazo de un estilo para el público masivo, la contracara de un permanente culto a Sierra Maestra, Playa Girón, el verde oliva y las barbas castristas. No denuncia abiertamente los crímenes de un régimen cada vez más autoritario, ya es una referencia en la cultura cubana y el mundo sabe de él, las formas de la censura lo arrinconan en una especie de estoicismo que nunca sabremos del todo cómo ha decidido soportar. No sabremos cuáles las formas de una humillación callada, las derrotas experimentadas por no colaborar decididamente y hacer de su figura otro símbolo del Hombre Nuevo por venir.
Lezama Lima no reniega de los procesos sociales, se adapta a ellos y su forma de resistir es una obra que se rebela contra la estética de las mayorías y que, por eso, es su mayor contribución a la cultura de un pueblo. El rasgo más crítico del poeta, desde el fondo del conservadurismo subversivo, es haber escrito una novela monumental en medio del fervor revolucionario sin mencionar siquiera la Revolución.


Según Severo Sarduy, el barroquismo, o Neo Barroco, consiste en un erotismo del derroche opuesto a un economicismo cultural que prioriza la información, la comunicación. Lezama Lima, entonces, también se inscribe dentro de esa tradición barroca recuperando el estilo que persigue el goce estético por sobre la mera funcionalidad comunicativa, racionalista, de la modernidad. No se trata, por supuesto, de un retorno a lo antiguo por un simple juego en la prosa decorada, edulcorada. Se trata, diríamos, de un posicionamiento ético y político frente a la demanda cultural de un arte masivo, de acuerdo con el ritmo de la era de la productividad exacerbada y puesta como el objetivo final de la vida humana.
Es en este sentido que postulamos el carácter subversivo del neobarroco en un contexto en el cual se busca la economía del lenguaje, la brevedad, la fluidez de la lectura y la intriga como elementos componentes de la estética hegemónica. La adjetivación implica una demora que el ritmo de la cultura del consumo no está dispuesta a conceder. Frente a la obscenidad del mostrarlo todo y rápido, el estilo de Paradiso propone un necesario desaceleramiento en el sugerir ocultando siempre el resto informativo que completaría la imagen, la secuencia lógica de lo narrado. El erotismo de Lezama Lima está en preservar el misterio, en el atajo que evita para llegar a destino nunca más temprano. El neobarroquismo recupera, de alguna manera, esa pasión por la tardanza porque sabe que es allí donde crece la literatura, donde se produce el goce de la lectura, es decir, en el esfuerzo que requiere el develamiento de una trama, de un conocimiento de lo que está sucediendo. Lezama Lima sabe que la belleza se juega en ese no comprenderlo todo tan groseramente.
Es pornográfica la literatura promovida por los Estados totalitarios y lo que suele llamarse Mercado, puesto que no conciben una demora, una pérdida de tiempo, una dificultad que distancie a los consumidores de la obra. En cualquier caso, el erotismo que encontramos en Paradiso no radica tanto en las secuencias sexuales y en cómo revela una seducción que recupera con fuerza para la literatura una zona de incomodidad moral para la época, (y que hoy, capturada desde la facilidad políticamente correcta, permite las posiciones conciliadas con ese público masivo que reclama para sí el derecho a la vulgaridad de la prosa ya digerida, des-barroquizada, depurada de perturbaciones que des-agilicen la cercanía del libro con el lector).
En todo caso, se trata de un ocultamiento cuando no necesariamente se acerca al territorio de la sexualidad. Su erotismo consiste en hablar de la cosa sin mencionar la cosa. No es evidente que se está refiriendo a la rosa, porque ni siquiera la composición de un campo semántico remite inmediatamente a ella. No se trata de pétalos, de tallo, de espinas, no hay flor, necesariamente, cuando se quiere nombrar la rosa y, sin embargo, la rosa se esconde en esos otros modos de nombrarla. Lezama Lima se cuida de la obscenidad facilonga de llamarla por su nombre, busca distanciarse del lenguaje común y corriente, lo amplía, lo enriquece con el despliegue de palabras y composiciones que desbordan las posibilidades de lo ya inventado.
Eros no espera al final, es quien guía en el trayecto de ese laberinto que no es otra cosa que un descenso hacia las profundidades de un infierno propio, donde las pesadillas y los miedos forman ese suelo de realidad de José Cemí que, también, siendo otro, es el nuestro. El placer no está en la salida de la encrucijada, sino en el esfuerzo de lectura que posibilita el encuentro de esa salida.
Paradiso quiere alejarnos, nos desafía, arrastra por momentos al mundo de los sueños de José Cemí, breves ataques de surrealismo que se complejizan con un caudal enorme de cultura que hay que salir a rastrear.
El autor tiene que inventar nuevos términos, el nombramiento del mundo no le basta para decirlo todo, y en esa amplitud del lenguaje abre un nuevo mundo. Es, de alguna manera, José Cemí quien se siente ahogado por el asma de un lenguaje denso y aplastante que no lo deja respirar. Lezama Lima escribe Paradiso en ese movimiento de apertura, una búsqueda de oxígeno, abre las ventanas para que entre aire, quiere respirar nuevos horizontes, necesita la expansión de los límites de lo posible, empujar hacia fuera los bordes de una realidad que acosa, que oprime, y narra su historia como impulsado por un esfuerzo pulmonar. Es la deriva en la que discurre su ahogo, Paradiso el aire puro que implora una sociedad cansada de respirar los mismos aires contaminados, fétidos, del asma globalizado.

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